lunes, 8 de diciembre de 2008

Hacia la expulsión de la divulgación científica de aquellos que enseñan el enaltecimiento de lo sobrenatural

Texto: Hacia la expulsión de la divulgación científica de aquellos que enseñan el enaltecimiento de lo sobrenatural

Gabriel ARTIGUE CARRO
Madrid, 7 de diciembre de 2008

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Texto entero, no formateado, a continuación.

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Hacia la expulsión de la divulgación científica de aquellos que enseñan el enaltecimiento de lo sobrenatural

Gabriel ARTIGUE CARRO
Madrid, 7 de diciembre de 2008

Voy a comentar el libro: Chudnovsky, Eugene; Tejada, Javier; Punset, Eduard (2008) El Templo de la Ciencia. Los científicos y sus creencias. Barcelona: Ediciones Destino S. A. Anuncio que mis comentarios no son favorables al libro, y que mis objeciones pueden herir la sensibilidad de los defensores de la credulidad.
 La metáfora del "templo" para la ciencia no está satisfactoriamente justificada, y además es desafortunada. La metáfora no está justificada, porque lo que los autores comparan de un templo con la ciencia es tanto la estructura material y arquitectónica, hablando de salas, alas, etc., como el tipo de uso que se le da a tal construcción. Mientras que la palabra "templo" se refiere, sí, a un edificio material, por sobre todas las cosas se refiere al tipo de empleo que se da a tal edificio. A los efectos de hacer una comparación exclusivamente con algún tipo de construcción, podrían haber servido varias otras construcciones: un mercado, una choza, la Bolsa de Valores, la Moncloa, un estadio, una pirámide maya, una biblioteca, etc. No se justifica necesariamente que el tipo de edificio que los autores decidieron escoger para su metáfora sea un edificio para fines religiosos. Comparar la ciencia con un edificio con fines religiosos es, pues, arbitrario, si lo que se deseaba era buscar el símil arquitectónico. La trampa de estos autores consiste en apelar a las expectativas que el lector de lengua castellana tiene respecto a la palabra "templo", es decir, todo lo que evoca, sugiere y significa "templo".
Esta trampa con dificultad puede considerarse divulgación científica exitosa. Más bien entorpece el acercamiento del no científico a la ciencia. Esta trampa lleva a que las cosas se transformen en su contrario. La ciencia es el único templo legítimo, los templos de las religiones son tan ilegítimos que al mencionarlos como templos religiosos hay que usar las comillas, y los verdaderos creyentes son los científicos. Cf. pág. 8, Prefacio:

Unos [seres humanos] intentan buscar las posibles soluciones a los problemas planteados en el interior del Templo de la Ciencia, mientras que otros aceptan soluciones mucho más simplistas ofrecidas por otros "Templos" en los que imperan creencias a ciegas que no exigen pruebas ni demostraciones.

La alusión a la religión es clara, aunque no es hecha explícitamente. A continuación:

Lo que es verdad es que cada una de estas opciones se basa en una creencia. Los creyentes a secas tienen fe y no exigen demostraciones ni explicaciones. En el caso de los científicos, los auténticos creyentes que trabajan en el Templo de la Ciencia, también existe la fe en la ciencia porque están convencidos de que todo debe tener una explicación racional, y siempre andan buscando "la prueba".

La metáfora del templo es un obstáculo más que tiene el lector no científico para llegar al mensaje de los autores (de los cuales sólo dos son científicos), por lo que queda patente el fracaso de estos señores en la labor de divulgación. Dudo que todos los científicos o, en vez de todos, muchos de ellos, acepten de buen grado ser tachados de "auténticos creyentes" que trabajan en templo alguno, incluso en sentido figurado.
No me resulta tampoco evidente de ninguna manera que los científicos – ni todos ellos, ni muchos de ellos – tengan fe en que todo tiene una explicación racional. De hecho, el científico honesto se enfrenta a conocer el Universo así como es éste y en la medida de las posibilidades del científico y del ser humano, y al hacerlo no se propone de antemano encontrar resultados racionales. No me parece evidente que los científicos tengan fe en que el Universo se puede explicar racionalmente. Más bien habría que decir que los científicos asignan razón humana a las parcelas de la realidad que recorren o "barren", pero después de investigarlas y además sólo si tal asignación es posible.
P. 14: "Nosotros creemos que el Templo de la Ciencia no lo construye el hombre. El hombre sólo lo explora". La metáfora del "templo" oscurece el sentido de la frase, lo que indica el fracaso como divulgadores de los autores de este libro. Quizás quisieron decir que el hombre no construye la propia ciencia. Pero cf. a continuación, en la misma pág. 14: 

Tras la exploración de unas pocas salas, tendemos a pensar que el resto de habitaciones y pasillos son similares a los que ya conocemos y que los podemos no sólo visitar, sino también explorar sin ninguna dificultad. Esto es consecuencia del hecho de que los humanos solemos creer que todo lo desconocido puede ser explicado a partir de lo que ya se conoce. Es algo que ocurre con mucha frecuencia incluso a los científicos que durante años y años se han dedicado a explorar el contenido de una única sala.

 Parece contradictorio. Si "Templo de la Ciencia" es una metáfora para decir, sencillamente, ciencia, este último fragmento citado atribuye creatividad al hombre. Sin creatividad no se concibe que el hombre intente explicar siempre, o casi siempre, lo nuevo o lo recién descubierto partiendo de lo que ya conoce. Si el hombre, en cambio, sólo explora la ciencia, que ya existía previamente al hombre, no debería ser admisible que el conocimiento de algo condicionara el conocimiento de otra cosa: cada cosa sería automáticamente concebida y comprendida en su esencia, sin que el conocimiento de otras cosas entorpeciera su comprensión. La idea que predomina a lo largo de todo el libro es precisamente la otra, la de que el hombre no construye la ciencia. Más adelante en el libro los autores lo afirman más claramente que en la pág. 14.
Pág. 16, "Lo que más llama la atención de los que observan lo que se hace en el interior del Templo de la Ciencia es que exista un lenguaje universal que sirva de comunicación entre todos sus sacerdotes y exploradores". Hay aquí un uso tendencioso de la palabra "sacerdote" sin comillas. Este uso de la palabra "sacerdote" se deriva directamente de la metáfora del templo, una metáfora muy mal escogida. A lo largo de todo el libro se empleará la palabra "sacerdote", casi siempre sin comillas, a veces entre comillas, para significar "científico", o "científico profesional".
El uso de la metáfora del "Templo de la Ciencia" y de la imagen del científico como "sacerdote" tiende a conciliar ciencia y religión, cosa que los autores sólo expresan abiertamente hacia el final del libro, y tiende también a prestigiar la religión. La religión recibe, así, este enorme favor absolutamente innecesario en el contexto de un libro de divulgación científica.
El mecanismo mediante el que se prestigia a la religión es la simple comparación con algo que se presupone ya prestigiado desde el comienzo, la ciencia en este caso. En efecto, los autores del libro podrían haber comparado la ciencia potencialmente con cualquier cosa. Podrían haber comparado la ciencia con un equipo de rugby, con el Ejército Rojo, con Green Peace, con el Partido Nazi, etc., etc. Siempre se podrá llevar a cabo una comparación, ya sea una fácil de asimilar, ya sea una forzada. Cualquier cosa puede parecerse a cualquier otra, una vez se encuentra la definición adecuada. Un ser humano se puede parecer, y de hecho se parece, a un meteorito. El hecho de que los autores del libro hayan escogido el templo, es decir, un edificio religioso, y el sacerdote como imágenes para explicar qué es la ciencia es su manera de prestigiarlos. Para entender lo que quiero decir, hágase el experimento mental de imaginar qué escenario habría dado al lector el libro si en vez de "Templo de la Ciencia" se hubiera dicho "Ejército Rojo de la Ciencia", y en vez de "sacerdote", "comisario"; o "Reich de la Ciencia" en vez de "Templo de la Ciencia", y "führer" en vez de "sacerdote".
El haber escogido el edificio religioso y al profesional de la religión es la manera de los autores del libro de dar por sentado que los edificios religiosos y los profesionales de la religión son dignos de ser comparados con la ciencia y con los científicos: tanto, que es a través de estos símiles que se explica qué es la ciencia y qué son los científicos. Así decidieron los autores del libro que estoy comentando prestigiar la religión por sobre otras cosas.
Las cosas se vuelven fácilmente sus contrarias. Es tarea del divulgador encontrar metáforas, comparaciones y símiles sencillos y accesibles de las cosas complicadas. Comparar la ciencia con un templo, es decir, un edificio religioso, y al científico con el sacerdote, es decir, el religioso profesional, en realidad no contribuye a plantear al lector de a pie algo complicado en términos sencillos. La comparación parece forzada y artificial, porque la ciencia y la religión son igual de accesibles/inaccesibles para el ciudadano de a pie, y la prueba de esto es que no nos chocaría en absoluto la comparación contraria. Por ejemplo, que un libro destinado a explicar la religión al gran público se hubiera titulado El laboratorio de la religión, donde a los sacerdotes se los hubiera llamado "científicos" para mejor exponer la esencia del cura al poco conocedor del tema. No hacía falta, pues, usar estos símiles religiosos (en una reacción en cadena inevitable: si se empieza a hablar de un templo, por consiguiente los que trabajan en él serán sacerdotes, etc.) para explicar al ciudadano de a pie lo que es la ciencia. No es la ciencia la que se ve beneficiada por estas metáforas religiosas por resultar mejor explicada y más accesible para el no científico. La comparación tiene más bien el fin contrario: el de beneficiar a la religión, y no a la ciencia. La religión se ve beneficiada porque se la presupone de antemano de un prestigio comparable al de la ciencia.
Como tal, decir "sacerdote" en vez de "científico" ayuda poco o nada a hacer entender la complejidad de la ciencia a los no científicos. Aún así, se emplea esta metáfora a lo largo de todo el libro. En plural, "sacerdotes" aparece en las págs. 18, 22, 27, 28 (dos veces), 30 (siete veces o más), 32, 42, 48 (dos veces), 52 (tres veces), 54, 57, 63 (tres veces), 65 (tres veces), 68, 69, 70, 73 (tres veces), 74, 76 (dos veces), 89 (dos veces), 90, 108, 111 (dos veces), 113, 151, 164 (tres veces), 165, 167, 168, 170, 171 (dos veces), 185, 190, pero no he podido llevar la cuenta atentamente. Muy probablemente aparezca más veces. "Sacerdote" aparece en las págs. 20 y 144. Otras apariciones de "sacerdote": "sacerdotes, exploradores y sirvientes", pág. 24; "los demás sacerdotes y exploradores", pág. 24; "exploradores y sacerdotes", pág. 25, dos veces; "auténticos sacerdotes y sirvientes", pág. 26; "sacerdotes y exploradores", pág. 27; "sumos sacerdotes del Templo de la Ciencia", pág. 94. Otra metáfora religiosa reprobable: "auténticos creyentes", pág. 171, probablemente por "científicos", "buenos científicos", o "auténticos científicos". Un uso de "sacerdote" especialmente reprobable: "sacerdotes de la Ciencia", pág. 189, no "sacerdotes del Templo de la Ciencia" ni nada parecido. Casi nunca se pone "sacerdote" entre comillas. Una excepción: "sacerdotes" entre comillas en el título de un capítulo, pág. 26.
 En muchos sentidos el sacerdote es la antítesis del científico. Por ello, haber escogido la metáfora del sacerdote para querer decir "científico" es muy desafortunado. El sacerdote ejerce una ocupación que versa sobre nada y no tiene que tener rigor intelectual, ni tiene que dar explicaciones intelectuales a otros. La profesión del científico versa sobre todo aquello que puede ser comunicado entre seres humanos, es una profesión que necesita rigor intelectual y el científico está constantemente rindiendo cuentas al entendimiento del resto de los científicos. El sacerdote se refiere a contenidos de su mente, a los que él desde su mente les asigna arbitrariamente existencia en el mundo real. El científico primero constata la existencia del mundo real y sus categorías, para luego clasificarlo, analizarlo y comunicarlo usando categorías mentales. El conocimiento del sacerdote versa acerca de lo que no es averiguable, y precisamente por ello se basa en la fe. Fe significa sencillamente imaginar algo en la intimidad, en la mente, y declarar que eso que se imagina existe en el mundo real, exterior a la propia mente. En ese sentido, para emplear la excelente metáfora de Holbach, Dios es al ser humano lo que los colores son para los ciegos. En efecto, una conversación entre dos sacerdotes es tan absurda como la de dos ciegos (de nacimiento) hablando sobre los colores. Los ciegos son incapaces de decir ni discernir nada en el ámbito de los colores. Por lo tanto, la opinión de ningún ciego es más autorizada que la de ningún otro. Ningún ser humano puede nunca saber más que otro ser humano acerca de lo sobrenatural, lo imaginario o lo divino. El sacerdote no es alguien que sabe más acerca de Dios que los otros seres humanos, como el médico es un ser humano que sabe más acerca de la salud que los otros seres humanos. El médico dedica años a aprender en el mundo material, en el único mundo que existe, de manera de sacarles ventaja a las personas que no se han dedicado a la medicina. El conocimiento del sacerdote, en cambio, no versa sobre nada, y un sacerdote está en las mismas condiciones que absolutamente cualquier otro ser humano, incluyendo a muchos deficientes mentales, para saber y averiguar sobre Dios: basta imaginar, y declarar existente en el mundo real lo imaginario, sin tener la intención de satisfacer el intelecto de los demás. Esto es lo que quiso decir Richard Dawkins al criticarle a Stephen Jay Gould que éste relegara amablemente y sin motivo los temas espirituales y morales a los sacerdotes. "¿Por qué a un sacerdote y no a un jardinero?", replicó, pues, Dawkins, en una frase que dudo que haya sido correctamente entendida por muchos. Un jardinero, un arquitecto, un médico, e incluso muchos deficientes mentales, están todos ellos tan bien capacitados para averiguar acerca de Dios como un sacerdote. Los sacerdotes lo saben. Es interesante preguntarse qué motiva a alguien a hacerse sacerdote. ¿Qué podría motivar a un ciego de nacimiento a querer declararse experto en colores ante otros ciegos, es decir, experto en un tema sobre el que de todas maneras ninguno de ellos (los ciegos) podrá jamás averiguar cosa alguna? ¿Qué puede motivar a un ser humano a querer declararse experto en religión y Dios ante otros seres humanos, es decir, experto en un tema sobre el que de todas maneras ningún ser humano jamás podrá averiguar cosa alguna? Es un tema en el que todos los seres humanos son igual de competentes (o incompetentes, lo que aquí significa lo mismo). Volverse sacerdote significa: quiero que mi mentira triunfe sobre tu imaginación. Es imposible que el sacerdote sepa más o mejor acerca de Dios que el resto de los seres humanos. Él se ha hecho una idea sobre Dios, tal como tú te has hecho probablemente la tuya. Pero él quiere convencerte de que la tuya es equivocada o inferior, que la abandones, y que adoptes la suya propia. Esto no tiene absolutamente nada que ver con el tipo de métodos que emplea el científico, por lo que la metáfora del "sacerdote" para querer decir "científico" causa sincero espanto. Exijo indignado una explicación.
Pág. 15, "[...] una gran parte de lo que hay en el Templo tiene una plusvalía tecnológica". Uso injustificado de la palabra "plusvalía". Los autores del libro no advierten si la palabra "plusvalía" está siendo utilizada en sentido figurado o literal. Lo que los autores quieren decir en realidad es aplicación del conocimiento científico en la tecnología, mientras que plusvalía significa valor creado por el trabajo del hombre. Los autores de este libro tratan con cierto desdén a los que incursionan en la ciencia sólo para buscar aplicaciones tecnológicas del conocimiento científico, desdén hacia ésos en comparación con el científico profesional. Este desdén está subrayado por el uso de la palabra "plusvalía", aunque en un sentido que no es el suyo propio, una palabra que muchos lectores asocian sin dificultad con ideologías de izquierda, muy especialmente el marxismo. Pero los autores del libro no advierten en ningún caso que estén usando la palabra "plusvalía" en sentido figurado. Como divulgadores, los autores de este libro tienen que encontrar la manera de expresar los conceptos que puedan resultar difíciles de entender inmediatamente al ciudadano de a pie utilizando un lenguaje más sencillo que el lenguaje propio de los científicos. Sin embargo, un concepto como "aplicación del conocimiento científico en la tecnología" no es tan inaccesible a la mente del ciudadano de a pie de manera que merezca ser designado con otro nombre, aunque en este caso los autores del libro reemplazan el enunciado de ese concepto con una expresión por lo menos tan técnica, o tan poco técnica, como la que está reemplazando: "plusvalía tecnológica". Esto no es un logro de un divulgador científico. Esta elección no contribuye a hacer que las cosas se entiendan más fácilmente: más bien al contrario, se oscurece significativamente el significado de la expresión.
Otras ocurrencias de "plusvalía tecnológica". Págs. 22, 45, y 63, "plusvalía tecnológica", en el sentido de aplicaciones tecnológicas del conocimiento científico.
También, págs. 30-31:

Algunos sacerdotes del Templo abandonan sus tareas de exploración y se adentran en el edificio en el que trabajan los administradores. La principal tarea de los administradores es la regulación y el control del flujo de los exploradores y sacerdotes que se ubican en las diferentes alas del Templo de la Ciencia, con el objetivo de tener una mayor plusvalía intelectual y tecnológica del trabajo de éstos.

Los autores emplean el término "plusvalía" en un sentido que no es el propio de este término. Emplean "plusvalía" en un sentido figurado y turbio. Aquí quizás emplean "plusvalía" en el sentido de "rendimiento", de modo que habría que entender el final del fragmento de este modo: "con el objetivo de obtener un mayor rendimiento intelectual y tecnológica del trabajo de éstos".
Pág. 88, "plusvalía científica y tecnológica", "plusvalía tecnológica", en el mismo sentido impropio del término "plusvalía".
Afirmación por lo menos dudosa, pág. 17:

La mayoría de los artistas plásticos y de los músicos cree que sus obras también poseen la verdad independientemente de lo que diga la ciencia. Pero se da el caso de que, mientras que las verdades científicas son independientes del explorador, en las obras artísticas es muy difícil extraer una verdad no exenta de la personalidad del creador.

Afirmar que la mayoría de los artistas plásticos y de los músicos cree que sus obras también poseen la verdad independientemente de lo que diga la ciencia requiere algún tipo de respaldo. Este respaldo podría ser un estudio de una muestra del que resulte que la mayoría de los artistas plásticos y de los músicos cree tal cosa. Un respaldo de menor calidad podría ser el testimonio de por lo menos un artista plástico o de un músico, citado en una forma más o menos así: "yo, Fulano, artista plástico, afirmo que mis obras poseen la verdad". Ahora bien, los autores del libro no respaldan de ninguna manera su afirmación. Dejan al arbitrio de la interpretación del lector el dar sentido a esto, y reposan en la esperanza de que el lector se solidarizará con los autores. Pero lo que dejan al arbitrio del lector no es el enunciado de una opinión de los autores del libro, sino un hecho que es presentado sin indicar que podrían existir motivos para no tener por cierto tal hecho (recuérdese la formulación: "la mayoría de los artistas plásticos y de los músicos cree que sus obras también poseen la verdad independientemente de lo que diga la ciencia", y no "algunos artistas plásticos y músicos", etc., o "nosotros, los autores del libro, opinamos que la mayoría de los artistas plásticos y de los músicos cree que", etc., etc.). Esa frase, dejada a mi arbitrio personal como lector del libro El Templo de la Ciencia, no pasa de la primera barrera interpretativa. Para mí es demasiado novedoso que la mayoría de los artistas plásticos y de los músicos crea que sus obras también poseen la verdad independientemente de lo que diga la ciencia. Yo personalmente pensaba que la obra de los artistas plásticos y de los músicos no tenía tangencia con el concepto de verdad. Falta la opinión de los artistas plásticos y de los músicos. Falta en esta crítica que estoy escribiendo, y falta en el libro El Templo de la Ciencia.
Otra cosa cuestionable es que las verdades científicas sean independientes del explorador. Por "explorador", Chudnovsky, Tejada y Punset quieren decir "científico". En realidad, el que las verdades científicas sean independientes del científico es la opinión de los autores del libro, no es un hecho sobre el que exista consenso, ni masivo ni absoluto, y los autores del libro debieron haber hecho constar ese hecho. Debieron haber escrito: "Pero se da el caso de que, mientras que, en nuestra opinión, las verdades científicas son independientes del explorador", etc., etc. Lo que es preocupante es que ejemplos de la impronta de un científico en su obra se pueden encontrar con facilidad, y Chudnovsky, Tejada y Punset, al asumir las responsabilidades de un divulgador, debieron haber decidido informar a sus lectores de este hecho.
Nótese que creer que las verdades científicas son independientes del "explorador" (es decir, del científico) es inevitable si se decidió creer antes que el "Templo de la Ciencia" (es decir, la ciencia) existe con independencia del ser humano y de la razón humana. Evidentemente, eso lleva a la pregunta de dónde exactamente reside la ciencia, o el "Templo de la Ciencia", de modo que la razón humana lo vaya descubriendo. Ese "templo" que está siempre siendo descubierto por el hombre le precede cronológicamente en cuanto a su existencia – en opinión de Chudnovsky, Tejada y Punset – por lo que con dificultad ese templo se pueda hallar en la naturaleza. El siguiente es el más importante de los pocos citados no secuenciales que hago en todo este texto de crítica. En la pág. 190 del libro, dicen Chudnovsky, Tejada y Punset: "Es indudable que el Templo de la Ciencia no se encuentra en nuestro mundo tridimensional". Esto equivale a decir que la explicación de la ciencia (el "Templo de la Ciencia", como prefieren llamarlo Chudnovsky, Tejada y Punset) no puede ser sino sobrenatural. Una vez más, esto habla de la invasión de atribuciones de quienes asumen el rol y las responsabilidades de divulgadores de la ciencia, para en realidad escribir acerca de sus propias creencias sobrenaturales. Una metáfora adecuada para lo que quiero decir es la de disfrazarse. Chudnovsky, Tejada y Punset se disfrazan de divulgadores para escribir su enaltecimiento de la religión y de lo sobrenatural.
Las digresiones hacia lo sobrenatural en la obra de un científico debería reservarse al diálogo privado entre científicos, si acaso. Si el libro de Chudnovsky, Tejada y Punset hubiera sido idéntico a como de hecho es, pero hubiera sido concebido como un libro de unos eruditos para otros eruditos, y con un título apropiado a la circunstancia (por ejemplo, "Lo que Chudnovsky, Tejada y Punset opinamos de la esencia sobrenatural de la ciencia"), su efecto habría sido menos dañino. Los científicos profesionales suelen estar preparados para repeler, o incluso asumir, las incursiones de los oscurantistas en la ciencia. Es preocupante que el libro haya sido escrito para el gran público, para los no científicos, y que proponga al lector la naturaleza sobrenatural de la ciencia. Esto se constituye en una especie de abuso por parte de Chudnovsky, Tejada y Punset, que no instan a sus colegas científicos a aceptar la esencia sobrenatual de la ciencia – porque saben que los científicos tendrán argumentos como para repelerles – con la misma vehemencia con la que instan al gran público a aceptar aquello.
A pocas palabras de distancia del citado anterior, pág. 17: "[...] se podría decir que también existe el Templo de las Artes y que es complementario del Templo de la Ciencia. En ambos se venera al mismo Todopoderoso". Aunque mal escogida, "Templo de la Ciencia" es una metáfora para facilitar (?), supuestamente, al lector de a pie el entender qué es la ciencia. Ahora bien, cabe preguntarse cómo desean Chudnovsky, Tejada y Punset que el lector entienda ahora la expresión "Todopoderoso", es decir, si desean que el lector la entienda como una metáfora, o si desean que el lector la entienda en su sentido literal. Hacia el final del libro los autores revelan al lector su opinión acerca de la relación entre la ciencia en tanto que entidad sobrenatural, y Dios. Mientras tanto, antes de que el lector llegue a la penúltima página del libro, se hace uso del término "Todopoderoso" sin aclaraciones ni explicaciones. Este hecho indica otro fracaso en la tarea de divulgar: si hay que explicar a las personas que no son científicos profesionales algo así como los principios básicos de la ciencia, y los divulgadores Chudnovsky, Tejada y Punset opinan que usar la metáfora de "Dios" o del "Todopoderoso" ayuda en esta tarea, los autores del libro debieron haber hecho que ello constara siempre con claridad. En vez de hacer esto, Chudnovsky, Tejada y Punset emplean la figura de Dios, llamándolo "Todopoderoso", en su libro de divulgación científica, sin hacer aclaraciones acerca de si es una metáfora o no. Con otras palabras: dejan desprotegido intelectualmente al lector que no es científico profesional. Realizan la labor contraria a la que se espera de un divulgador. En la mente del lector no científico, dejan más confusión que la que había antes de leer El Templo de la Ciencia.
Pág. 20: "[...] el Templo de la Ciencia está regido por dos grandes principios, el de la belleza y el de la simplicidad". Pero si, como opinan Chudnovsky, Tejada y Punset, el hombre sólo descubre ese "templo" (es decir, la ciencia), la belleza queda asignada a la propia ciencia, con independencia del hombre. Aquí queda evidenciada la apología de lo sobrenatural de Chudnovsky, Tejada y Punset. Juzgar acerca de lo bello es algo que existe sobre la faz de la Tierra sólo desde que existe el ser humano. Probablemente ni el más progresista de los grandes simios sea capaz de emitir un juicio estético. Probablemente los animales anteriores al hombre fueron todos incapaces de emitir juicios acerca de la belleza. Ahora bien, la belleza, un aspecto acerca del cual sólo el ser humano puede juzgar, es, en opinión de Chudnovsky, Tejada y Punset, una de las características de la ciencia – téngase presente que, también en opinión de estos señores, la ciencia no es creación del hombre, sino que la ciencia es descubierta por el hombre. La ciencia preexiste al hombre, dicen Chudnovsky, Tejada y Punset, y como la belleza es uno de los principios de la ciencia, hay que concluir que la belleza también precede al ser humano en su existencia. El enaltecimiento de lo sobrenatural es el siguiente. Los seres humanos atribuyen sus características propias a sus dioses: los dioses son capaces de experimentar la ira, y también de calmarse. Los dioses son vengativos, pero también son capaces de perdonar. Además, Dios existe desde siempre, desde antes de que existiera el hombre. El ser humano atribuye sus propias características al Dios que él mismo se creó, y como Dios es eterno, las características humanas de Dios son también eternas. La vengatividad (que sólo tiene sentido en el ámbito humano) de Dios existió eones antes de que existiera el ser humano, os dirá un religioso; y la belleza (que sólo tiene sentido en el ámbito humano) también existió eones antes de que existiera el ser humano, os dirán Chudnovsky, Tejada y Punset. Ello es así, y no de otro modo, porque Chudnovsky, Tejada y Punset afirman que la belleza es uno de los principios rectores de la ciencia, y porque en opinión de estos tres caballeros la ciencia existe desde antes de que existiera el hombre (el ser humano sólo descubre la ciencia, afirman). Queda de este modo expuesto el enaltecimiento de lo sobrenatural por parte de Chudnovsky, Tejada y Punset.
Pág. 21:

Cada cierto tiempo, que se puede cifrar en decenios, aparece algún Gran Maestro que descubre los pilares y salones de lujo de alguna parte del Templo. Este tipo de descubrimientos nunca está asociado a la suerte del explorador. Se podría utilizar la metáfora de que estos grandes descubrimientos ocurren gracias a una revelación del Todopoderoso del Templo de la Ciencia a los mejores exploradores y más fervientes creyentes en él.

Hay que agradecer aquí a Chudnovsky, Tejada y Punset que por lo menos informen al lector de que el lenguaje religioso empleado en este fragmento sea sólo una metáfora. Queda por explicar por qué los divulgadores científicos tienen tan claro que hablar de "revelaciones del Todopoderoso" y de "fervientes creyentes" ayuda verdaderamente a que el lector no científico entienda mejor la esencia de la ciencia. Se parte de la base de que las personas que leen El Templo de la Ciencia son más que la población de científicos profesionales, y son personas que no tienen o bien el tiempo o bien la inclinación para participar de la ciencia a tiempo completo. Los lectores de El Templo de la Ciencia son personas a las que la naturaleza de la ciencia les es un tanto inaccesible – no siempre a causa de su capacidad/incapacidad, sino más bien debido a sus inclinaciones o quizás en primer lugar a la sencilla falta de tiempo. Pues bien, aunque esté claro para Chudnovsky, Tejada y Punset, no está claro para el lector de El Templo de la Ciencia por qué hablar de "revelaciones del Todopoderoso" y de "fervientes creyentes" ayuda verdaderamente a que el lector que no es científico profesional entienda mejor la naturaleza de la ciencia.
Pero Chudnovsky, Tejada y Punset cayeron inadvertidamente en su propia trampa. Aunque haya que agradecerles que esta vez nos adviertan de que están usando una metáfora, hay que reconocer que, a fin de cuentas, en realidad no es una metáfora, sino una expresión que, para ser coherente con el pensamiento de Chudnovsky, Tejada y Punset, tiene que ser entendida en su sentido literal. En efecto, para Chudnovsky, Tejada y Punset, el hombre descubre pasivamente el "Templo de la Ciencia", es decir, la propia ciencia, y en opinión de estos autores, la ciencia existe desde antes que existiera el hombre. Cabe preguntarse quién creó la ciencia. Ya estamos en el ámbito de lo sobrenatural, y en este ámbito no es difícil en absoluto encontrar la respuesta a esta pregunta: Dios creó la ciencia. Por lo tanto, los grandes descubrimientos de los científicos más capaces no pueden ser obra del hombre (que no participa activamente en la construcción de la ciencia, dado que ésta existe desde antes de que existiera el hombre), y por defecto son, claro que sí, obra de Dios. La intervención de Dios directamente en la mente de las personas es precisamente la revelación: por lo tanto, aunque Chudnovsky, Tejada y Punset digan que están usando una metáfora, en realidad no es una metáfora si hay que entender la expresión de la revelación con coherencia con el resto del pensamiento de estos autores. Es decir, para aquél que cree realmente que el vino que tiene en la copa es la sangre de un carpintero mago palestino de hace unos dos mil años, entonces para él el referirse a lo que hay en la copa como "sangre" no es de ningún modo una metáfora. Pues bien, en el contexto en el que Chudnovsky, Tejada y Punset ponen las cosas, la revelación divina en la mente del científico no es de ninguna manera una metáfora.
La revelación divina en la mente del científico no es para Chudnovsky, Tejada y Punset una metáfora. Estos tres señores se preguntan repetidas veces, maravillados, a lo largo de las páginas de su libro, qué ocurre en la mente de un científico cuando hace un gran descubrimiento. Creo saber su respuesta, y creo saber en qué ocasión tienen pensado revelarla al público. La respuesta a esta pregunta quizás sea el declarar explícitamente: "el gran descubrimiento de un científico es la iluminación repentina de su mente por parte de Dios, o una revelación de ese conocimiento que como tal existía desde antes", y la ocasión para decirlo con tal claridad probablemente sea el discurso de recepción del premio Templeton por parte de Chudnovsky, Tejada o Punset: en efecto, es en los discursos de recepción del millonario premio Templeton cuando los científicos galardonados hacen las declaraciones más concesivas hacia la religión y lo sobrenatural. La lectura entera del libro El Templo de la Ciencia me deja la impresión de que Chudnovsky, Tejada y Punset escribieron el libro con el objetivo de juntar méritos ante Templeton en vistas a recibir el premio y el dinero.
En la pág. 22, los visitantes del "Templo de la Ciencia" que buscan aplicaciones tecnológicas al conocimiento científico son llamados ahora "ejército", la primera vez entre comillas, las siguientes veces ya sin ellas. Chudnovsky, Tejada y Punset llaman "soldados" y "oficiales", sin comillas, a los miembros de ese ejército. Los científicos son llamados en este contexto "los genuinos exploradores-sacerdotes", sin comillas. No puedo imaginarme fácilmente ni a toda la comunidad científica, ni a la mayor parte de ésta, aceptando de buen grado que a los científicos se les llame ¡"los genuinos exploradores-sacerdotes"! Insto a los científicos que estén leyendo esto a pedir explicaciones a Chudnovsky, Tejada y Punset.
En la pág. 23 los científicos son llamados "creyentes": "[...] en nuestra opinión, los grandes descubrimientos científicos sólo los llevan a cabo los auténticos creyentes y practicantes de la ciencia". Agradezco como lector que Chudnovsky, Tejada y Punset me adviertan de que están sólo opinando. Lamento que Chudnovsky, Tejada y Punset decidan llamar "auténticos creyentes" a los científicos que realizan grandes descubrimientos. Creo que esta formulación no es una metáfora. Para los autores del libro, la ciencia existe desde antes de que existiera el hombre, y el hombre sólo descubre pasivamente esa ciencia preexistente. Esto indica que Chudnovsky, Tejada y Punset creen en la esencia sobrenatural de la ciencia. No es difícil dar el siguiente paso y asumir que Dios creó la ciencia. No deseo inducir a error a mis lectores, no voy a inducirles a error: Chudnovsky, Tejada y Punset no han escrito en parte alguna de su libro: "Dios creó la ciencia". Mi conjetura es que ellos reservaron una afirmación tan clara de enaltecimiento de lo sobrenatural para la eventualidad de pronunciar el discurso de aceptación del premio Templeton, para ganar el cual hacen méritos como escribir El Templo de la Ciencia. Soy yo, y no Chudnovsky, Tejada o Punset, el que dice que el que Dios creara la ciencia es coherente con el hecho de que la ciencia preexista al hombre (idea que Chudnovsky, Tejada y Punset sí declaran explícitamente) y con el hecho de que el hombre sólo descubra la ciencia, y no la construya (idea que Chudnovsky, Tejada y Punset sí declaran explícitamente). Es así como el gran descubrimiento científico sólo lo puede realizar un auténtico creyente, porque recibiría ese descubrimiento por revelación – y aquí "auténtico creyente" no es una metáfora, no significa "científico aplicado", o "científico diligente", o "investigador denodado", no: significa literalmente auténtico creyente, y no en un "Todopoderoso" metafórico, no, de ninguna manera, sino lisa y llanamente en Dios, sí, en el viejo y conocido Dios del que todo el mundo ha oído hablar. Sólo el que es literalmente un auténtico creyente en Dios (sí: en Dios) puede llevar a cabo un gran descubrimiento científico, porque en realidad lo estará recibiendo por revelación del propio creador de la ciencia, esa ciencia que existe desde antes de que existiera el hombre (junto a la ira, a la belleza, y todo cuando es relevante sólo a lo humano), es decir, lo estará recibiendo de Dios.
Supongo que no todos los lectores de El Templo de la Ciencia se habrán dado cuenta de que en ese pasaje de la pág. 23 "auténticos creyentes" tenía que ser entendido en su sentido literal, y no metafórico.
Nótese que si el lector tiene que detenerse casi a cada paso a discernir si la formulación de los autores de un libro es una metáfora o si es algo que los autores desean que sea entendido en sentido literal, este hecho indica un fracaso de los autores como divulgadores. En efecto, un divulgador científico debe razonar cada vez antes de presentar una comparación o metáfora a su público, y tiene que decidir usarla sólo cuando esté convencido de que la comparación o metáfora en realidad ayudarán al público no científico a entender mejor el tema que el divulgador está exponiendo en términos más sencillos de los que utiliza al comunicarse con otros eruditos. Entiendo que un divulgador compare el espacio del Universo conocido con la superficie de un globo que está siendo inflado para explicarme la expansión del espacio. Pero no puedo entender tan fácilmente que los divulgadores científicos me estén hablando todo el tiempo de templos, del templo de la ciencia, de sacerdotes, de creyentes, de genuinos sacerdotes, de auténticos creyentes, de revelaciones, del Todopoderoso, etc., y que no siempre dejen claro si conciben esas expresiones como metáforas o no.
P. 24:

Un grupo mucho menor de exploradores basa su elección [de dedicarse al Templo de la Ciencia] en el deseo de poseer una mayor educación científica y en su fascinación por el mundo de los átomos, las moléculas, los secretos de la Tierra y el origen de la vida y del Universo. Estas personas creen a pie juntillas en el poder de la ciencia para explicar estos mundos tan complejos. Para ellos, la ciencia es una religión, de tal manera que creen de forma inquebrantable que todo lo que ocurre y todos los fenómenos observados se encuentran en alguna de las salas del Templo de la Ciencia. Si vieran un ángel bajar del cielo, probablemente removerían todas las salas del Templo de la Ciencia hasta encontrar una explicación racional a lo que han visto. Éstos son los auténticos creyentes del Templo y su comportamiento como exploradores es totalmente diferente del de la mayoría. Por lo general, este grupo de "creyentes-sacerdotes" tiende a permanecer en grandes salones y posee el don natural de buscar incesantemente el diseño y la distribución de todo lo que hay en su interior. Los dos grandes principios que guían sus exploraciones son los de simplicidad y belleza. Todos los Grandes Maestros de la Ciencia pertenecen a este grupo de personas.

Pasemos en limpio lo que hay de reprobable en este fragmento: los grandes maestros de la ciencia son "creyentes-sacerdotes" de alguna clase, tienen el don natural que otras personas no poseen de buscar en el ámbito de la ciencia, son los auténticos creyentes del templo, y tienen la virtud de creer a pie juntillas en el poder de la ciencia. No son creyentes-sacerdotes propiamente dichos, porque el que la expresión vaya entre comillas indica al lector que la expresión no tiene que ser tomada en serio después de todo. Pero sí son auténticos creyentes, y lo son literalmente, no en sentido figurado.
En vez de "estos mundos tan complejos" yo habría escrito "el mundo, que es complejo" o "el Universo, que es complejo". "Mundos", en plural, genera confusión, y es una expresión infeliz y no lograda en un texto de divulgación.
La religión es enaltecida a tal punto que se señala como un mérito de los grandes maestros de la ciencia el considerar a la ciencia como una religión ("Para ellos, la ciencia es una religion", etc.). Dudo que los científicos, todos ellos o la mayoría de ellos, acepten de buen grado tal redacción. No aceptaría que Chudnovsky, Tejada y Punset dijeran o escribieran, respondiendo a mi crítica, que en realidad se estaban refiriendo al sentido etimológico de "religión". Chudnovsky, Tejada y Punset no podrían decir o escribir eso como respuesta a las observaciones que les hacen llegar los lectores, porque ello equivaldría a confesar que sabían desde el momento de escribir El Templo de la Ciencia que la palabra "religión" de este pasaje se podría entender o bien en el sentido sobrenatural que se le da actualmente, o bien en el sentido etimológico del término, que casi nadie le da actualmente (aproximadamente: grupo de personas unidas por algo en común). Chudnovsky, Tejada y Punset no podrían confesar eso, porque legitimarían automáticamente la pregunta: ¿por qué no especificaron lo que quisieron decir con la palabra "religión" mientras escribían el libro, en lugar de permitir que la interpretación de esa palabra en ese pasaje sea ambigua? La infracción que perpetraron aquí Chudnovsky, Tejada y Punset es no haber especificado más claramente qué quisieron decir con: "Para ellos, la ciencia es una religion". El facilitar la comprensión de la ciencia por parte del ciudadano de a pie no se ve beneficiado aquí: aquí lo único que se ve beneficiado aquí es la religión, que se ve dignificada al poder compararse con la ciencia, que tiene prestigio notorio.
Creer algo a pie juntillas no puede ser jamás una virtud, ni siquiera si aquello en lo que se cree a pie juntillas es el poder explicativo de la ciencia. A pesar de que a Chudnovsky, Tejada y Punset les gustaría creer que la ciencia tiene rasgos humanos y que como tal existe antes de que existiera el propio hombre con sus rasgos humanos, que la ciencia es algo fijo que el hombre simplemente explora y descubre, la ciencia en realidad no es fija, sino que se está revisando continuamente. La ciencia es o bien un método para adquirir conocimiento, o bien ese conocimiento mismo. El conocimiento al que llega la ciencia está siendo cuestionado y revisado constantemente, de modo que no es algo fijo que el hombre descubre pasivamente. Y el propio método científico es una creación del hombre, sometida a modificaciones, a variación y al progreso, en la medida en que el hombre entiende que ese método puede servir si fuera mejor que como es en un momento determinado. Todo esto denuncia la bancarrota de la comparación de la ciencia con un "templo", y me refiero aquí a la estructura física del edificio (no destaco aquí el uso religioso de ese edificio). La ciencia, opino, no puede compararse con una estructura sólida fija que es descubierta pasivamente. Opino que la ciencia es construida por el ser humano. Opino que la ciencia tiene la virtud de ser inestable y cuestionable, a diferencia de otros tipos de conocimiento, o "conocimiento", entre comillas. La propia metáfora del "templo" es un fracaso. Tan mala es la metáfora, que Chudnovsky, Tejada y Punset hicieron un esfuerzo tan grande como mala es la metáfora para tratar de contrarrestar su bancarrota: elevar la metáfora al propio título del libro, que es un sitio de privilegio como pocos en el conjunto de todo el texto que forma parte de cualquier libro, al tiempo que ese título está escrito en grandes caracteres en la tapa del libro.
Creer algo a pie juntillas no es una virtud. Desearía exhortar a los científicos que me están leyendo a que protesten ante Chudnovsky, Tejada y Punset por esa afirmación. Hágase el siguiente ejercicio mental. Supóngase que creer en el método científico a pie juntillas es una virtud. Supóngase que sucede (es decir, que sucede una vez más lo que ya ha sucedido tantas veces) que el método que los científicos emplean en un momento determinado de la evolución histórica de la ciencia empieza a arrojar de vez en cuando resultados erróneos que se van acumulando. Se puede sugerir mejorar el método. Quizás eso sería condenado por Chudnovsky, Tejada y Punset. Estos tres señores sostienen que es una virtud creer a pie juntillas en la capacidad explicativa de la ciencia.
A pesar de que la ciencia evoluciona, tanto en el conocimiento que produce, como en el propio método, Chudnovsky, Tejada y Punset le niegan ese carácter dinámico que se extiende en el tiempo, y le asignan una esencia estática, atemporal, de tipo sobrenatural. Por eso difícilmente podrán comentar acerca de la evolución de la ciencia, en el sentido de conocimiento o en el sentido de método.
Chudnovsky, Tejada y Punset están obligados a presentar la ciencia como eterna e inmutable. Es imposible por definición creer a pie juntillas en algo que se extiende en el tiempo, en algo que tiene duración, en algo que por el simple hecho de durar es único en cada momento, diferente a como fue en el momento anterior y diferente a lo que será un instante después. Instar a creer a pie juntillas en algo que cambia constantemente es un absurdo – creer eso es imposible por definición. Como yo crea a pie juntillas en la ciencia tal como es en este momento, aquello en lo que creo estará automáticamente anticuado en un momento siguiente. Tendré que volver a creer a pie juntillas en la ciencia, pero en la ciencia tal como es en el momento siguiente, diferente a como era la primera vez que tuve contacto con ella. Y así sucesivamente. La solución no es económica: se puede creer a pie juntillas en la ciencia, en una ciencia que está constantemente cambiando, sólo si el credo se pronuncia y se jura cada vez que la ciencia progresa o evoluciona, es decir, permanentemente. La otra solución es la de Chudnovsky, Tejada y Punset, es decir, considerar a la ciencia como estática (y eterna, y sobrenatural), porque sólo con una ciencia estática es posible instar a creer a pie juntillas en ella.
De hecho, no es característico de la ciencia creer a pie juntillas en nada. Tanto el conocimiento que genera la ciencia como el propio método están siendo sometidos razonablemente a duda todo el tiempo, permanentemente. Yo sé que Chudnovsky, Tejada y Punset lo saben. Sólo puedo preguntarme por qué decidieron disfrazar a la ciencia de conocimiento eterno e inmutable, al científico de sacerdote, y por qué ensalzan como virtud el creer a pie juntillas en algo. Creo que es posible que el dinero de Templeton tenga algo que ver en esto.
Pág. 24, "[...] podríamos [...] argüir que todos los Grandes Maestros tienen un ancestro común, un «Adán mitológico» que recibió el primer flechazo del Todopoderoso del Templo de la Ciencia". La metáfora del "Templo de la Ciencia", ya lo he dicho, es inadecuada para referirse a la ciencia. No satisface los requisitos de la divulgación. El hecho es que la metáfora del templo lleva de manera inexorable a la de Dios, y aquí se liga al Todopoderoso, es decir, a Dios, con el "Templo de la Ciencia", es decir, con la propia ciencia. Se puede entender sin demasiada violencia intelectual que "Templo de la Ciencia" es una metáfora y que en realidad allí hay que entender "ciencia", sin más. Pero cuando se dice: "el Todopoderoso del Templo de la Ciencia", ¿cuál es el referente literal de "Todopoderoso"? Otro ejemplo: puedo entender, aunque la metáfora me parece asquerosa, que Chudnovsky, Tejada y Punset usen decenas de veces la palabra "sacerdote" para querer decir "científico". Chudnovsky, Tejada y Punset, en su rol de divulgadores, juzgaron que el lector que no es científico profesional entendería mejor qué es un científico si se lo compara con un sacerdote. El término "sacerdote" aparece por el término "científico". Ahora bien, ¿qué término o concepto está reemplazando en realidad la palabra "Todopoderoso" en "el Todopoderoso del Templo de la Ciencia"? Chudnovsky, Tejada y Punset no lo dicen explícitamente, pero yo creo que aquí no hay metáfora posible, y que "Todopoderoso" es un término intercambiable con "Dios": ese "Todopoderoso" no puede ser otro que Dios, el Dios tradicional, el Dios común y corriente, el que es postulado por las grandes religiones monoteístas actuales. Y opino que cuando Chudnovsky, Tejada y Punset dicen que los Grandes Maestros de la Ciencia reciben un flechazo del Todopoderoso del Templo de la Ciencia, en realidad quieren decir que los grandes científicos son inspirados por Dios al hacer su descubrimiento.
Sobre la vanidad de los científicos, pág. 25: "Estas disputas, a veces desagradables y ruidosas, son debidas a que todos los exploradores quieren que sus nombres queden grabados en las puertas de entrada de las salas que creen haber descubierto". Chudnovsky, Tejada y Punset captan acertadamente la esencia de la vanidad de los científicos. Nótese que, dado que en opinión de Chudnovsky, Tejada y Punset la ciencia existe eternamente, es inmutable, es de naturaleza sobrenatural, y el hombre tan sólo la descubre, su frase tendría el mismo sentido si en vez de decir: "de las salas que creen haber descubierto" hubiesen escrito: "de las salas que han descubierto realmente".
 El peligro de la vanidad, es decir, de asociar un nombre particular a un descubrimiento científico, a una idea, a una teoría, etc., es que se facilita la tarea del abuso de la autoridad intelectual. Hace poco un ancianito enclenque salió en las noticias por haber afirmado que constató que el hombre negro es inferior genética e intelectualmente al hombre blanco. El incidente no habría tenido mayor trascendencia y habría sido probablemente sólo otro comentario desafortunado de un intolerante que habla de más, si el ancianito de marras no hubiera sido al mismo tiempo James Watson, uno de los descubridores de la forma de la molécula de ADN. Si lo hubiera dicho el vagabundo del barrio, alcanzaría con volverle la espalda con indignación. La propia situación no merecería más. Pero exactamente el mismo comentario es mucho más dañino si lo hace James Watson.
 Me pregunto si Punset se habría atrevido a no usar su conocida trayectoria de divulgador al escribir El Templo de la Ciencia como coautor. Es decir, si hubiera aceptado firmar con pseudónimo, o no firmar junto a los otros dos autores. Yo mismo estoy ante un dilema aquí, porque no me atrevería a negarle a nadie, y por ello tampoco a Punset, que se enorgulleciera de lo que considera que son logros personales. Así pues, sin juzgar, diré de manera neutra que en la solapa del libro se explica acerca de sus tres autores, y sobre Eduard Punset dice: "Desde hace once años dirige y presenta en Televisión Española el programa Redes, un referente de la comprensión pública de la ciencia, por el que ha obtenido el Premio Rey Jaime I de la divulgación científica 2006". ¿Habría aceptado Eduard Punset no explicar quién es él en la solapa del libro (o en cualquier otra parte del libro, lo que para el caso es lo mismo)?
 Sin la autoridad que puede imponer semejante trayectoria como divulgador conocido, quizás el lector habría estado en mejores condiciones para juzgar el contenido del libro, sin dejarse condicionar. Después de todo, si el semi-analfabeto beodo (caucásico) de la esquina me dice que los negros son inferiores, no se me ocurriría ni por un momento tomarlo en serio. Dicho de otra manera, ¿qué tan en serio tomaríamos a alguien que compara a la ciencia con un templo, a los científicos con sacerdotes, y a los grandes descubrimientos científicos con inspiración divina, si ignoramos el pasado de la persona que profiere esas comparaciones?
 Y, en honor a la verdad, el reconocimiento a la trayectoria de Punset como divulgador tiene que ser apreciado en su justa y moderada medida. Ese premio que obtuvo en el 2006 es un reconocimiento a su esfuerzo casi en solitario, no es el premio que se da al ganador de una competición, o al que resulta ser el mejor entre varios de una manera que puede ser medida. No ha habido otros intentos serios de hacer divulgación científica en la televisión española que el programa de Punset, Redes, así que, haya sido éste bueno o malo, el premio se lo lleva Punset de todas maneras. Recuérdese que Redes era transmitido durante las madrugadas de los lunes, un horario que – si hubieran existido dos o más programas de divulgación científica en diferente horario – sería el horario del peor de ellos.
El programa de Punset no era brillante. En su programa dedicado a los "memes" de Richard Dawkins, Punset tendía constantemente a interpretar por error ese concepto como el bombardeo constante de información que a una persona le llega por Internet. En otro programa, preguntando acerca de qué podría haber habido antes del Big Bang, sugirió: "¿un cerebro?". En mi modesta opinión, no está preparado para entrevistar a los grandes científicos, es decir, no les formula la pregunta adecuada en función de su trayectoria y actividad. Al ver su programa, queda la impresión de que Redes fue para Punset una incursión de aficionado en el mundo de la ciencia.
En la pág. 26, Chudnovsky, Tejada y Punset explican el rol del divulgador usando la desafortunada metáfora del "templo":

Estas visitas guiadas por sacerdotes y exploradores se publicitan en un gran número de postales, revistas y libros. Las personas no dedicadas a la Ciencia se suelen sentir abrumadas ante tanta información, por lo que estas visitas siempre son de corta duración y hay que plantearlas bien para no "espantar" a los turistas y visitantes. Lo importante de estas visitas es que los visitantes y turistas comprendan aquello que realmente pertenece al Templo de la Ciencia. De ahí que los guías deban poseer cualidades excepcionales. La labor de estas personas es importantísima y la sociedad debe ser consciente de que su misión es explicar la verdad científica en el exterior del Templo de la Ciencia y hacer proselitismo entre los más jóvenes. En otras palabras, se trata de auténticos misioneros de la Ciencia.

Llamar "misionero" al divulgador era la metáfora obligada, una vez tomada la decisión de explicar toda la ciencia con palabras propias de las religiones. Puedo entender que pueda yo resultar tan antipático al hacer estas críticas, antipático incluso ante aquellos que estén de acuerdo con lo que estoy argumentando, y lamento tener que ser tan antipático. Si se tratara de un relato de ciencia ficción, o de un cuento de hadas, lo que yo estoy haciendo, ¡lo admito!, es romper a cada instante la magia que tan costosamente logró crear el autor. ¿Aparecen duendes en la narración? Vengo yo y le recuerdo al lector: pero los duendes no existen. ¿Aparece un hada? Pero las hadas no existen. Etc. Pero es cierto que no pongo piedras en el engranaje de los escritores de ficción o de cuentos infantiles. Como en cualquier relato de ficción, tanto el que lee como el que escriben saben de antemano que el contenido del texto es mentira.
El libro de Chudnovsky, Tejada y Punset, sin embargo, merece que se le rompa la magia a cada instante, a cada párrafo, porque estos tres señores asumieron el rol de divulgadores y, como tales, tienen que usar comparaciones sólo cuando el concepto que quieren transmitir es realmente demasiado complicado para que el ciudadano de a pie lo entienda inmediatamente con las herramientas de que dispone. Que no crean Chudnovsky, Tejada y Punset que por haber decidido en el título del libro y al principio del libro comparar la ciencia con un templo religioso, todas las demás metáforas les saldrán gratis. Más bien, a estos divulgadores, y a cualquier divulgador, les recuerdo que tienen que justificar cada una de las metáforas y comparaciones que emplean. Al fin y al cabo, tienen que facilitarme a mí, un lector no científico, la comprensión de la ciencia.
Que no crean Chudnovsky, Tejada y Punset que por haber decidido comparar la ciencia con un templo religioso ya no tendrán que justificar el designar "misionero" al divulgador, ni tendrán que justificar ninguna otra metáfora religiosa que introducen y emplean en su libro ("sacerdote" por "científico", ahora "misionero" por "divulgador", etc., etc.).
Pág. 29: "Pertenecer al clero del Templo de la Ciencia no es difícil [...]". Otra metáfora desafortunada. Ahora el conjunto de los científicos es llamado "clero". Lamento tener que romper una vez más el encanto creado trabajosamente por Chudnovsky, Tejada y Punset, pero lo que estos caballeros escriben no es ni ficción ni son cuentos de hadas. Estos caballeros escriben sobre algo que debería ser tratado con el mayor respeto intelectual. Que no piensen Chudnovsky, Tejada y Punset que por haber decidido comparar la ciencia con un templo religioso, dando vagas explicaciones de ello al principio del libro, ahora pueden llamar irresponsablemente "clero" al conjunto de los científicos. Hago el siguiente comentario de la misma manera que lo haría si hubiera abierto el libro por primera vez en la página veintinueve. Por respeto al lector no versado en temas científicos, tengo curiosidad sincera por saber cuáles son las razones por las que Chudnovsky, Tejada y Punset consideran que como divulgadores científicos tienen que obviar decir "el conjunto de los científicos", es decir, las razones por las que "el conjunto de los científicos" es una expresión demasiado difícil de entender para el ciudadano de a pie, de modo que haya que reemplazar tal expresión. Quisiera saber, además, por qué una vez que los divulgadores decidieron que "el conjunto de los científicos" es una expresión inaccesible al que no está versado en temas científicos, decidieron a continuación reemplazar "el conjunto de los científicos" precisamente por "clero".
Pág. 30, por fin una metáfora no religiosa, los "leones": "En este sentido [los leones] se comportan como los más fervientes creyentes de otros credos y religiones". El divulgador, en realidad el escritor en general, no deja ni una coma librada al azar, mucho menos una palabra. En este fragmento en realidad no se está comparando a la ciencia con las religiones, sino que se la está incluyendo entre éstas. De ninguna otra manera puede interpretarse la inclusión de la palabra "otros" en "otros credos y religiones". Chudnovsky, Tejada y Punset están diciendo a sus lectores que ser científico alterna con ser cristiano, ser musulmán, etc. Se debe sentir indignación ante esta manera de exponer el problema, y se debe también pedir explicaciones a los tres autores de El Templo de la Ciencia.
Las metáforas de tipo religioso se suceden en cadena. Al principio del libro, y en el título, los autores comunican al lector su comparación: la ciencia es un templo religioso. Desde entonces, suponen Chudnovsky, Tejada y Punset, todas las otras metáforas religiosas ya son gratis. En la pág. 31, la profesión del científico es denominada "sacerdocio". Era esperable, y Chudnovsky, Tejada y Punset probablemente crean que es "natural" en algún sentido, dado que el científico es denominado "sacerdote" a lo largo de todo el libro. Es obligatorio aquí romper el encanto de Chudnovsky, Tejada y Punset como escritores, porque no se debe tolerar a nadie, y menos a un divulgador de la ciencia, que designe la profesión del científico como "sacerdocio" sin dar buenas explicaciones.
Pág. 31:

El destino de los Grandes Maestros está ligado para siempre al Templo de la Ciencia. Se podría decir que después de su muerte están enterrados en grandiosos sepulcros o panteones ubicados en el Templo, de la misma forma que los santos difuntos de otras creencias poseen nichos de especial significación en sus correspondientes templos. Sus hallazgos están esculpidos en grandes caracteres en esos sepulcros y pasan a la posteridad gracias a esas inscripciones. De esta forma permanecen para siempre en el interior del templo y sirven de inspiración a los exploradores que siguen sus huellas. Cuando algún explorador traiciona la verdad, los espíritus de estos Grandes Maestros desatan enormes tempestades en el interior del Templo de la Ciencia, que barren sin compasión tanto a los mentirosos como a sus falsedades.

Aquí la ciencia es equiparada a una creencia: "de otras creencias". Dudo que todos los cientificos acepten esto.
¿Qué puede significar "la verdad" en "cuando algún explorador traiciona la verdad"? Me pregunto si la relatividad de Einstein, antes de la observación del eclipse por Arthur Eddington en 1919, se puede considerar como un ejemplo de "traicionar la verdad" según esta definición de Chudnovsky, Tejada y Punset. Existe un pacto tácito entre los científicos para no ser irreverente con Einstein, así que, abusando de este pacto, es esperable que Chudnovsky, Tejada y Punset no deseen afirmar que Einstein podría haber sido considerado un "traidor a la verdad" en algún momento de su dilatada actividad. Sin embargo, es sabido que hasta la observación del mencionado eclipse, la comunidad científica dudó en acoger favorablemente la teoría de ese joven suizo casi desconocido porque, según las ideas vigentes hasta entonces y las observaciones hechas hasta entonces, esas ideas bien podrían haber resultado ser una patraña. La historia de este científico es bien conocida. Ahora bien, ¿cómo determinan Chudnovsky, Tejada y Punset quién es un "Gran Maestro" y quién un "traidor a la verdad"? Espero una respuesta.
El principal error es aquí el considerar la ciencia como algo uniforme y lineal, que es la propuesta de Chudnovsky, Tejada y Punset, una propuesta que el lector no está obligado a aceptar. En efecto, existen contemporáneamente diferentes teorías en cualquier ámbito de la ciencia, cada una de las cuales podría perfectamente ser considerada "traidora de la verdad" respecto a cualquier otra de ellas si en vez de ser contemporáneas estuvieran en sucesión cronológica.
O qué se podría decir de aquellos que en su momento fueron tenidos por mentirosos, para ser reivindicados siglos después. La retractación de Galileo fue precisamente eso, el haber obligado a ese científico a admitir que había mentido. La afirmación de Galileo de que la Tierra gira alrededor del Sol era mentira (sí: era mentira) respecto a la ciencia (al "Templo de la Ciencia") de su época. ¿Cómo deciden Chudnovsky, Tejada y Punset quién vela por la rectitud del conocimiento científico único? Es más, ¿querrían explicar estos señores qué les hace pensar que el conocimiento científico es único, lineal y excluyente?
Por fin, en el párrafo citado más arriba, los autores de El Templo de la Ciencia hacen alusión a la creencia religiosa de la vida después de la muerte, o la inmortalidad del alma. Lo hacen legitimando el uso del término "espíritu" como entidad activa después de la muerte del cuerpo de una persona. Es otra metáfora religiosa de las que Chudnovsky, Tejada y Punset desearían que fuera aceptada con naturalidad y sin necesidad de dar explicaciones, creyendo que el comparar la ciencia con un templo religioso al principio del libro, y en su título, autoriza a introducir cuantas metáforas religiosas deseen y sin explicarlas.
Pág. 37:

En los animales no humanos, el aprendizaje de ciertas habilidades inherentes a su especie y su transmisión de generación en generación conlleva millones de años de evolución y selección natural. Por el contrario, la selección humana comienza ya con el análisis mental de las diferentes opciones que se nos presentan, lo que, claramente, acelera el proceso de la evolución.

En este fragmento hay una formulación desafortunada, y el yerro está en que los autores de El Templo de la Ciencia usan en dos frases consecutivas la palabra "evolución" con dos significados diferentes, pero sin advertir de ello al lector. En un libro de divulgación, el daño que produce este error se multiplica varias veces. Quien esté familiarizado con el concepto de "evolución" (por ejemplo, un biólogo profesional) se dará cuenta rápidamente de que en el fragmento que acabo de citar dicha palabra es empleada dos veces y cada una de ellas en un sentido diferente: la primera en el sentido técnico, familiar a los biólogos, la segunda en otro sentido. Es obligación libremente asumida por un divulgador el sopesar y evaluar el uso de cada palabra técnica que podría ser de difícil comprensión para un no científico, y pasar al siguiente tema sólo habiendo alcanzado la convicción sincera de que el tema quedó formulado de manera simple y al alcance del lector no especializado. En este caso se trata de un libro de tres autores. La forma final de la redacción del párrafo que acabo de citar, así como, naturalmente, la de todo el libro, llegó a ser tal después de haber pasado por lo menos por el filtro de tres mentes: Chudnovsky, Tejada o Punset redactó el párrafo, y luego los otros dos autores lo leyeron y lo aprobaron, o sugirieron modificaciones para ser aprobadas más tarde por el entendimiento de los otros dos autores. Por lo tanto, la formulación de este párrafo es el resultado del trabajo responsable y meditado, y no azaroso ni fortuito, de tres adultos inteligentes y responsables, no de uno solo. Esa redacción es lo mejor que pudieron dar de sí tres mentes trabajando coordinadamente.
El fragmento empieza por: "En los animales no humanos, el aprendizaje de ciertas habilidades inherentes a su especie y su transmisión de generación en generación conlleva millones de años de evolución y selección natural [...]". No tengo qué objetar a la verdad de lo declarado hasta aquí. Sí debo añadir que esa afirmación es válida también en el caso del hombre. Chudnovsky, Tejada y Punset añaden (ver más arriba): "Por el contrario, la selección humana [...]". Aquí sí tengo qué objetar. El tipo de selección de habilidades que tiene lugar en el hombre no anula el otro tipo de habilidades aprendidas por la especie durante millones, o cientos de miles, de años, esto es, el aprendizaje que Chudnovsky, Tejada y Punset atribuyen por error exclusivamente a los animales no humanos. Por lo tanto, no cabe decir "por el contrario, la selección humana" etc., sino en todo caso "además, la selección humana" etc. Este "detalle" pasó desapercibido a tres mentes por lo menos. Digo "tres mentes por lo menos" porque es común entre los eruditos del tenor de Chudnovsky, Tejada y Punset el hábito de solicitar a terceras personas que tengan la amabilidad de leer y comentar sus manuscritos. No es disparatado, así, suponer aquí que trabajaron seis mentes. Se podría añadir el filtro de la mente del editor, dado que es realista suponer que el editor leyó una versión previa o manuscrito de El Templo de la Ciencia antes de enviarlo a la imprenta. Entre tres y probablemente siete mentes (más mentes sería, naturalmente, posible, pero sería demasiado gratuito suponerlo siquiera) trabajaron para dar una forma definitiva a ese párrafo y a pesar de todo, quedó en esa forma. Desearía animar al lector a pedir explicaciones a los autores por este hecho.
La palabra "evolución" es usada en la primera vez que aparece en ese fragmento en el sentido técnico de la biología, en el sentido darwinista, en el sentido neo-darwinista. La segunda vez, la misma palabra viene a significar algo así como "progreso cultural humano" o "transmisión y acumulación del conocimiento humano de generación en generación". Se trata de dos sentidos diferentes de la palabra "evolución". Los autores de este libro de divulgación debieron tener más cuidado al formular esta frase, de modo que no sea posible dejar que el lector interprete por error que también en su segunda aparición la palabra "evolución" está usada en el sentido darwiniano.
Se trata de dos sentidos diferentes de la palabra "evolución", pero Chudnovsky, Tejada y Punset los identifican, es decir: de los dos hacen uno. Al decir que algo (lo que sea) "acelera el proceso de la evolución", están asumiento que es el mismo proceso de evolución. Es el mismo, sólo que antes era más lento, pero ahora es más rápido. Con esa redacción queda identificado (es decir, considerado el mismo) el significado de la palabra "evolución" en las dos veces que aparece en el fragmento que cité.
Ahora bien, a pesar de lo que escribieron Chudnovsky, Tejada y Punset, la transmisión cultural del conocimiento humano aprendido no acelera la evolución darwiniana. La evolución biológica del ser humano no se ve acelerada por el hecho de que el hombre posea cultura y transmita el conocimiento aprendido de generación en generación. (O, por lo menos, no existen indicios que lleven a pensar que la evolución biológica del ser humano no se vea acelerada por el hecho de que el hombre posea cultura y transmita el conocimiento aprendido de generación en generación y, en cualquier caso, no es esto aquello a lo que se refieren los autores de El Templo de la Ciencia en este pasaje). Permítanme ser la cuarta, u octava, mente que revisa esa redacción. Las mejoras que sugiero le dejan a ese fragmento esta forma:

En los animales, incluyendo al ser humano, el aprendizaje de ciertas habilidades inherentes a su especie y su transmisión de generación en generación conlleva millones de años de evolución y selección natural. En el caso del ser humano, además, la selección humana cuenta con el análisis mental de las diferentes opciones que se nos presentan, lo que da lugar a otro proceso de acumulación de habilidades, un proceso más rápido que el de la evolución biológica.

En mi opinión, éste es un punto de inflexión en mi propia argumentación. Hasta antes de haber reproducido, criticado y enmendado el pasaje citado de la pág. 37, Chudnovsky, Tejada y Punset todavía reaccionaban ante cada crítica mía con: esa crítica es fácilmente rebatible, o este lector no nos ha entendido bien, o este lector es desleal, o este lector está siendo manipulado políticamente, o actitudes similares. Después de haber reproducido, criticado y enmendado el pasaje citado de la pág. 37, Chudnovsky, Tejada y Punset se han dado cuenta de que tienen que tomarse en serio todos mis comentarios. Sigo asumiento posiciones incómodas y antipáticas. Ahora soy, sin quererlo, el lector que Chudnovsky, Tejada y Punset desearían no haber tenido nunca.
Pág. 37: "Fruto del hecho de que nuestro cerebro y las lenguas iniciaron su evolución simultáneamente fue [...]"; subrayado mío. Chudnovsky, Tejada y Punset afirman que nuestro cerebro y las lenguas iniciaron su evolución simultáneamente. Cabe preguntarse a quién se refieren al decir "nuestro". ¿Quisieron decir acaso "el cerebro del ser humano"? Reescribamos la frase: el cerebro del ser humano y las lenguas iniciaron su evolución simultáneamente. Si esto es realmente lo que Chudnovsky, Tejada y Punset quisieron decir, adviértase que esa frase implica que antes de que las lenguas iniciaran su evolución, el cerebro o bien evolucionaba pero no era humano, o bien era humano pero no evolucionaba. Hay aquí una contradicción: las lenguas sólo se asientan en el cerebro humano, por lo tanto Chudnovsky, Tejada y Punset no pueden estar hablando aquí de un cerebro no humano que evolucionaba: pero como se sabe que los cerebros no pueden no evolucionar, Chudnovsky, Tejada y Punset tampoco nos pueden estar hablando aquí de un cerebro humano que no evoluciona.
Si por "nuestro cerebro" quisieron decir "el cerebro de los primates" o "el cerebro de los mamíferos" o "el cerebro de los animales", la frase tiene menos sentido aún, ya que se atribuiría lenguaje al cerebro de los primates, que ha evolucionado y evoluciona, o al de los mamíferos, que ha evolucionado y evoluciona, o al de los animales, que también ha evolucionado y evoluciona. Me inclino a creer que Chudnovsky, Tejada y Punset quisieron decir "cerebro humano".
Otro desatino de esa frase es que sugiere que las lenguas humanas "evolucionan" en algún sentido susceptible de ser medido. Desde los más antiguos testimonios de uso del lenguaje que han llegado hasta nosotros, es decir, desde las frases escritas más antiguas que se conocen, y hasta nuestros días, no se puede apreciar "evolución" en las lenguas, en ningún sentido. Procedimientos gramaticales sintéticos son sustituidos por flexiones, milenios después se recurre a procedimientos sintéticos otra vez, palabras y conceptos nuevos aparecen en las lenguas, palabras y conceptos caen en desuso, hay cambio permanente, sí, pero en la forma de sustitución, o de abandono, o de innovación: no hay huellas visibles de "evolución" ni de "progreso" ni de "mejora" en ningún sentido. Tan eficaz es expresar cualquier cosa en castellano, como en ruso, como en sumerio, como en hebreo.
Pág. 37, el mismo pasaje y su continuación: "Fruto del hecho de que nuestro cerebro y las lenguas iniciaron su evolución simultáneamente fue la construcción de un modelo del Universo que pudiera transmitirse de padres a hijos del mismo modo que lo hace el material genético contenido en los cromosomas". La comparación es desafortunada, porque el material genético contenido en los cromosomas se transmite sólo de padres a hijos, o mejor dicho de antepasados a descendientes, aunque de manera no mediada sólo de padres a hijos, mientras que el conocimiento humano se transmite normalmente de padres a hijos, sí, pero también de los cientos o miles de individuos contemporáneos que nos hablan, y en el caso de hijos alfabetizados, les transmiten ese conocimiento además los cientos o miles de personas que escribieron lo que éstos tienen a su disposición para leer. Otro fracaso de la comparación: imagínese un niño huérfano y que es tal desde antes de tener la oportunidad de aprender mediante el lenguaje, y cuyos padres no le dejaron enseñanzas escritas. Este niño tiene inevitablemente el material genético de sus padres, pero nunca podrá aprender cosa alguna de ellos. Por lo tanto, decir que estos dos tipos de características o conocimientos se transmiten "del mismo modo" es un error.
Chudnovsky, Tejada y Punset caen en una contradicción en ese párrafo. En opinión de ellos, la ciencia existe desde antes de que existiera el hombre, y sin embargo en este pasaje escribieron, repito: "la construcción de un modelo del Universo"; subrayado mío. Para ser coherentes consigo mismos, debieron haber escrito: "el descubrimiento de un modelo del Universo".
La palabra "sacerdote" ha sido tan usada para querer decir "científico" que se llega a la siguiente formulación desnaturalizada. Pág. 38, subrayado mío: "También esto explica el hecho de que los sacerdotes de los diferentes templos existentes fueran, a su modo, los primeros científicos. [...] Algunos de estos sacerdotes-científicos [...]". Chudnovsky, Tejada y Punset por fin aplican el criterio que debieron haber empleado a lo largo de todo el libro, sabiendo que están escribiendo desde la posición de un erudito a las personas que no tienen tiempo o inclinación para informarse eficaz y periódicamente de lo que sucede en el ámbito de los científicos, es decir, por fin estos caballeros llaman "sacerdote" al sacerdote y "científico" al científico. Además, puedo aceptar que personas que hace algunos milenios cumplían funciones semejantes a las que hoy cumplen los sacerdotes hayan hecho descubrimientos o formulado ideas o teorías del tipo de los que hoy llevan a cabo u hoy formulan los que llamamos científicos. De esta manera, y en este contexto, acepto que se emplee la expresión "sacerdotes-científicos". El problema para Chudnovsky, Tejada y Punset es que para entender bien la expresión "sacerdotes-científicos" hay que desechar totalmente la comparación del científico con el sacerdote, que ellos hacen a lo largo de todo el libro (¿se podría haber entendido algo de "sacerdotes-sacerdotes"?).
Pág. 41:

[...] la descripción de los fenómenos magnéticos realizada por el filósofo italiano Giambattista della Porta en 1589: "El hierro es atraído por un imán de la misma manera que una novia se siente atraída por su novio; el hierro desea juntarse con el imán de la misma foma que la novia desea ser abrazada por el novio". Desde el punto de vista de la ciencia moderna Porta cometió el gran error de querer explicar un fenómeno simple, como la atracción entre los polos de un imán, que se explica totalmente en la actualidad, mediante la analogía con un fenómeno de una enorme complejidad, tal es el caso del afecto que se profesan dos personas enamoradas. Este ejemplo pone claramente de manifiesto la gran diferencia en las percepciones del amor y del magnetismo en los siglos XVI y XXI. Mientras que para nosotros la atracción entre los polos de un imán es un hecho simple y la atracción amorosa es algo muy complejo de explicar, para Porta era totalmente lo contrario: lo simple era explicar el amor y lo complicado entender el magnetismo, y por ello erró en sus explicaciones.

¿Qué decir de la comparación de la ciencia con un templo? En este fragmento, Chudnovsky, Tejada y Punset aclaran un poco la manera que tienen ellos de concebir las comparaciones. Como divulgadores, ellos consideran que un templo religioso, un sacerdote, un creyente, el Todopoderoso, los legítimos creyentes, el sacerdocio, etc. son conceptos más simples en algún sentido que la propia ciencia. La ciencia es complicada – en eso estoy de acuerdo con los divulgadores Chudnovsky, Tejada y Punset – y los autores de El Templo de la Ciencia creen que es más fácil que el lector que no es científico profesional llegue a entender la ciencia si ésta es comparada con la religión, porque, en opinión de estos tres caballeros, la religión (un templo religioso, un sacerdote, un creyente, el Todopoderoso, los legítimos creyentes, el sacerdocio, etc.) es más simple que la ciencia. No estoy de acuerdo, de ninguna manera, con Chudnovsky, Tejada y Punset en que la religión sea más simple que la ciencia y que por ello comparar la ciencia con la religión beneficie la comprensión de la ciencia por parte del gran público.
Será difícil definir qué es la ciencia, y por lo tanto medir su complejidad, pero es más difícil definir qué es la religión y determinar su complejidad. Pero una cosa es cierta: la naturaleza de la ciencia no se puede decidir por votaciones o acuerdos entre los profesionales de la ciencia, o las personas que se ocupan de la ciencia en general, mientras que la naturaleza de las religiones sí se puede determinar mediante acuerdos celebrados por seres humanos. Dicho de otra forma: la complejidad de la ciencia no puede ser decidida por la voluntad del hombre, pero la complejidad de la religión no tiene cómo no ser decididida por la voluntad del hombre – dado que las religiones son creaciones enteramente humanas de un extremo al otro (desde la postulación de la existencia de algún dios, hasta el menor detalle de un ritual). La religión puede, en principio, ser definida de manera tal que su complejidad sea una función de la complejidad de la ciencia, de modo que, igual que el importe del premio Templeton es ajustado periódicamente para ser siempre mayor que el dinero del premio Nobel, la complejidad de la religión sea mayor que la complejidad de la ciencia. Esto no es sólo una posibilidad, sino que de hecho existe: hay religiosos y religiones que aceptan las explicaciones científicas de la biología, la evolución, la cosmología, etc., etc., pero añaden que todos esos procesos son guiados por algún ser sobrenatural. La complejidad del Universo es enorme, la complejidad de la ciencia que construye el hombre es enorme y cada vez mayor, y la complejidad de estas maneras de entender la religión es por definición mayor que la complejidad del Universo y que la de la ciencia.
"Religión" no es un concepto más simple gracias al cual se pueda entender mejor la ciencia. Al hacer esos comentarios sobre la manera de comparar de Porta, los señores Chudnovsky, Tejada y Punset están admitiendo que comparar la ciencia con un templo religioso resultó ser un fracaso, es decir, en la pág. 41 de su libro están reconociendo que no deberían haber escrito ese libro. En efecto, más allá de la metáfora de la ciencia como templo religioso, y todas sus metáforas asociadas, casi no hay aportes originales ni interesantes en todo el libro. En realidad he incluido la palabra "casi" por cortesía. Todo el libro es la repetición constante de que la ciencia es un templo religioso, que existe desde antes de que existiera el hombre, la repetición de que los científicos son como sacerdotes o que son sacerdotes, etc., lo que en realidad es propaganda religiosa y no divulgación científica. 
¿El magnetismo, o el electromagnetismo, "se explica totalmente en la actualidad"? El error aquí es creer que el "templo", es decir, la ciencia, es algo dado y que el hombre sólo explora y descubre. El electromagnetismo estará totalmente explicado cuando se lo unifique con las otras fuerzas primarias de la naturaleza. Mientras tanto, cualquier explicación del electromagnetismo como fenómeno aislado no puede ser una explicación total. Si yo defino arbitrariamente la envergadura de la parcela de la realidad que quiero explicar, puedo escoger una lo suficientemente pequeña como para sostener razonablemente que la he "explicado totalmente". De todas maneras, mientras no quede explicada la explicación "total" de esa parcela (probablemente pequeña) con la explicación del resto del Universo, esa explicación, por definición, no puede ser total. Eso es lo que se intuye que sucede con el electromagnetismo: su explicación "es total" si se decide delimitar arbitrariamente el fenómeno natural a explicar de manera que sólo abarque el electromagnetismo, pero se cree que como tal esa fuerza tiene que poder ser explicada conjuntamente con las otras fuerzas elementales de la naturaleza.
He incurrido a propósito en el mito del conocimiento final. Como no tengo motivos para aceptar el mito del conocimiento final, voy a explicar por qué he incurrido en él, para desecharlo a continuación. Se me podría objetar que de todas maneras la explicación del electromagnetismo está muy cerca de ser "explicada totalmente", porque se supone que pronto se tendrá una teoría aceptada mayoritariamente que unifique las cuatro fuerzas elementales de la naturaleza (aunque tome décadas o siglos, será "pronto"), y por lo tanto el propio electromagnetismo estará "explicado totalmente". Estoy dispuesto a aceptar el optimismo de los físicos respecto a que pronto (en años, décadas, o siglos) se formulará esa teoría. Pero no estoy dispuesto a aceptar que, una vez se haya formulado esa teoría, alguien afirme que el electromagnetismo (al igual que las otras fuerzas que para la física de hoy son las esenciales, y que son tratadas bastante por separado por la fisica) estará "totalmente explicado" en algún sentido. Éste es el mito del conocimiento final, que cometen los menos brillantes de los científicos de todas las generaciones y de todas las épocas: creer que en su propia época se está a punto de explicarlo todo. La historia demuestra que cada vez que los científicos han creído estar a punto de "explicarlo todo" en realidad están explicando lo que ellos creían que era todo, pero con la nueva manera de explicar lo que antes era todo aparecen nuevos fenómenos inexplicables, que hacen que lo que la generación anterior de científicos consideraba "todo" sea un componente incluido en la nueva teoría. Hará falta una nueva explicación total. Por lo tanto, dudo que se pueda llegar a saber si el electromagnetismo estará "totalmente explicado" alguna vez. Me temo que el electromagnetismo no está totalmente explicado en la actualidad. Me temo que no existe fenómeno alguno que esté totalmente explicado en la actualidad.
Pág. 43:

[...] Galileo debe ser considerado como un Gran Maestro del Templo de la Ciencia no únicamente porque fue un inagotable explorador del mismo, sino sobre todo porque introdujo e impuso el llamado método científico como único camino válido en su exploración [...].

Es una explicación circular. Permítanme reemplazar "Gran Maestro del Templo de la Ciencia" por "gran científico". Galileo (o cualquier persona) no puede ser un gran científico porque introdujo el método científico. Un científico es una persona que se dedica a la ciencia, y el método científico es el método que utiliza la ciencia. Reformulemos la idea de Chudnovsky, Tejada y Punset: Galileo debe ser considerado una gran persona que se dedicó a la ciencia porque introdujo e impuso el método que utiliza la ciencia.
Recuérdese que la ciencia, llamada "Templo de la Ciencia" por Chudnovsky, Tejada y Punset, existe en opinión de estos caballeros independientemente del hombre y existe desde antes de que existiera el hombre. No es coherente con esta idea el que sea posible que Galileo, o cualquier ser humano, introduzca algo (un método, o cualquier otra cosa) en la ciencia o "Templo de la Ciencia". Si fuera posible introducir algo (un método, o cualquier otra cosa) en la ciencia, entonces habría que admitir que es el propio hombre el que construye la ciencia, y no que es una entidad sobrenatural con rasgos relevantes sólo a lo humano (belleza, entre ellos) y preexistente, la cual el hombre apenas explora.
Otro error de sostener que la ciencia es una entidad sobrenatural con rasgos relevantes sólo a lo humano, que existe independientemente del hombre y desde antes de que existiera el hombre: en la pág. 43, "describir las órbitas elípticas" de los planetas, lo que hizo Kepler. Esto implica afirmar que las órbitas de los planetas son elípticas, que se sabía en alguna localización sobrenatural que esas órbitas son elípticas, y que Kepler sólo llegó a ese conocimiento preexistente. Recuérdese que para Chudnovsky, Tejada y Punset existe el Universo o la Naturaleza, incluyendo al hombre, por un lado, y por otro lado existe el conocimiento del Universo, o la ciencia, o "Templo de la Ciencia", que tiene existencia sobrenatural. El hombre, como parte del Universo material, accede a ese mundo sobrenatural, un mundo sobrenatural de la ciencia, o "Templo de la Ciencia", para explicar lo que sucede en el Universo material. Chudnovsky, Tejada y Punset proponen esa instancia de existencia sobrenatural: un lugar, que no está en el Universo material, donde se encuentra la explicación de todas las cosas. Ese mundo sobrenatural, supuestamente, acompañaría al Universo visible desde que existe éste (probablemente desde siempre, probablemente desde el "comienzo" del Universo). Chudnovsky, Tejada y Punset proponen una especie de redundancia, es decir, la duplicación sin necesidad de una cosa. Por un lado existiría el Universo material, visible y explicable, donde habita el hombre, y por otro lado existiría un universo-explicación, que es sobrenatural, y que tiene que ser tan gigantesco como el Universo visible, en el que vive el hombre, porque ese universo sobrenatural tiene la explicación de cada uno de los fenómenos que ocurren en nuestro Universo visible. Hay una duplicación. Así, en el universo sobrenatural de Chudnovsky, Tejada y Punset existía el conocimiento de que las órbitas de los planetas son elípticas. Kepler lo único que hizo fue llegar a ese enunciado (lo encontró, o lo descubrió). De ese modo, en el universo sobrenatural de Chudnovsky, Tejada y Punset existe la explicación para todo, y el hombre sólo tiene que explorar ese universo sobrenatural, que ellos llaman "Templo de la Ciencia", para llegar a ese conocimiento preexistente.
A pesar de este enaltecimiento de lo sobrenatural que profesan Chudnovsky, Tejada y Punset, las cosas no son como ellos creen que son. A Chudnovsky, Tejada y Punset les gustaría creer que Kepler "describió las órbitas elípticas" de los planetas. Si Kepler hubiera descrito las órbitas elípticas de los planetas, Chudnovsky, Tejada y Punset tendrían razón: existía un conocimiento de tipo sobrenatural, preexistente a Kepler y a la humanidad, según el cual las órbitas de los planetas son elipses, y Kepler, pues, sólo describió lo que desde siempre fueron (en el Universo visible) y lo que desde siempre se supo que eran (en el universo sobrenatural de Chudnovsky, Tejada y Punset; donde ello se supo desde siempre, a pesar de que hasta Kepler la humanidad no lo supiera) órbitas elípticas. Pero Kepler no describió las órbitas elípticas de los planetas. Kepler estudió las órbitas de los planetas, y propuso describirlas como elipses.
El conocimiento es humano, creado por el hombre, y como tal es relevante sólo para algunas personas y sólo en su época. El hombre crea sus maneras de explicar las cosas y, cuando siente la necesidad intelectual, sustituye esas maneras de explicar por otras maneras de explicar. Kepler pudo estudiar las órbitas de los planetas (y proponer describirlas como elipses) sólo porque antes de que Kepler se dedicara a la ciencia la humanidad ya había llegado a postular la existencia de planetas y de órbitas. En efecto, el concepto de planeta fue una trabajosa conquista del ser humano. Es razonable creer que al principio el hombre formuló la existencia de tres categorías de cuerpos celestes permanentes (excluyendo estrellas fugaces y casos semejantes): la categoría de cuerpo celeste grande y muy luminoso, que tiene siempre forma de disco, una categoría con un único ejemplar; la categoría de cuerpo celeste grande, menos luminoso y de forma que varía, categoría con un solo ejemplar también; y cuerpo celeste pequeño y nocturno, con cientos de ejemplares. En efecto, llegar a postular que algunos de esos pequeños cuerpos celestes nocturnos son en realidad planetas, es decir, suelo en el que apoyar objetos tal y como se hace en la Tierra, fue una enorme conquista intelectual. (Otra enorme conquista intelectual fue incluir el único cuerpo celeste grande y muy luminoso en la categoría de la mayoría de los pequeños y abundantes cuerpos celestes nocturnos.) Los mismos objetos son clasificados por el hombre según diferentes criterios. Se reordena la realidad según progresa la manera de formular las definiciones de los conceptos.
En algún momento el hombre añadió a algunas estrellas el adjetivo de "errantes". El ser humano empezaba a crear (¡no a descubrir!) la categoría de los planetas, pero aún dentro de la categoría de estrellas. Los planetas empezaron a ser para el hombre estrellas errantes, es decir, una subclase de estrellas. Pronto el hombre se puso a estudiar los movimientos que describían esas estrellas errantes en el cielo. El concepto de planeta se iba acercando a su forma actual. Se propuso que se podía eplicar el movimiento de esas estrellas errantes en la bóveda celeste si se proponía que en realidad giraban alrededor del Sol. Con la invención del telescopio, se llegó casi al concepto actual de planeta: se vio que las antiguas estrellas errantes eran más parecidas a la Tierra que a las "otras" estrellas, y que como tales eran comparables a la Tierra en muchos sentidos. Se incluyó a la propia Tierra en la misma categoría de los planetas. La humanidad no supo desde siempre que los planetas describían órbitas alrededor del Sol. Llegar a saber eso fue una gran conquista de la humanidad. En esta etapa intervino Kepler. Se sirvió de que la humanidad había averiguado antes que él que los planetas describen órbitas alrededor del Sol para proponer más tarde describir esas órbitas como elipses.
¿Cómo puede existir el conocimiento antes de ser formulado? Si además del Universo visible y explicable, del que forma parte el ser humano, existe de verdad un universo-explicación, de esencia sobrenatural, que tiene la función de constituirse en espejo del Universo visible y material pero en forma de enunciados explicativos de aquél, entonces ese universo no es una entidad estática que espera ser explorada y descubierta – el "Templo de la Ciencia" de Chudnovsky, Tejada y Punset – sino que es varias entidades estáticas sobrenaturales que esperan ser descubiertas, varias: una para cada etapa del conocimiento humano, o una para cada una de las diferentes teorías contemporáneas para explicar un mismo fenómeno. Si la duplicación del Universo es una redundancia, la multiplicación por más de dos veces es tan pesada que no pasa el test de la cuchilla de Occam. Chudnovsky, Tejada y Punset deberían proponer varios "Templos de la Ciencia" que esperan ser descubiertos, no uno solo.
Chudnovsky, Tejada y Punset deberían proponer varios "Templos de la Ciencia". Según esta propuesta, cuando el ser humano vio que algunas estrellas vagaban por el firmamento, en vez de ir de orto a ocaso como el resto de las estrellas, accedió a un universo-explicación, sobrenatural y explicativo, un "Templo de la Ciencia", una entidad sobrenatural preexistente a él, de donde tomó pasivamente el concepto de planeta. Los diferentes "Templos de la Ciencia", universos sobrenaturales replicados y explicativos, pueden ser inconsistentes entre sí. Según un "Templo de la Ciencia" determinado, la Tierra es una entidad aparte de los planetas. El hombre llegó a saber que la Tierra no era ni un Sol, ni una Luna, ni una estrella, accediendo al "Templo de la Ciencia": una entidad sobrenatural que acoge al conocimiento humano y que existe desde antes de que existiera el hombre. Pero el ser humano propuso más tarde que agunas estrellas eran planetas. Esa conquista del ser humano fue posible, dirían Chudnovsky, Tejada y Punset, porque el ser humano accedió al "Templo de la Ciencia", es decir, lo exploró y descubrió. Más tarde el conocimiento humano dio otro salto. El ser humano propuso que la propia Tierra era en realidad un planeta más. ¿Cómo son posibles los progresos científicos? En opinión de Chudnovsky, Tejada y Punset, los progresos científicos son posibles si el ser humano accede a un conocimiento preexistente, es decir, la ciencia, o "Templo de la Ciencia", que se deja explorar y descubrir pasivamente, desvelando secretos lentamente. El "Templo de la Ciencia" es, en la concepción de Chudnovsky, Tejada y Punset, estático: no varía. El "Templo de la Ciencia" es, además, único. Cuando el ser humano progresa en su conocimiento, simplemente va descubriendo secretos de ese "templo", pero esos secretos son secretos sólo para el hombre, porque existen desde antes de que exista el hombre, aunque el hombre no los sepa. Ahora bien, ese "Templo de la Ciencia", único e invariable, arroja secretos contradictorios: una vez le comunicó a la humanidad que la Tierra no era un planeta, y más tarde le comunicó que la Tierra era un planeta. Chudnovsky, Tejada y Punset están obligados a proponer la existencia de varios "Templos de la Ciencia" estáticos e invariables que revelan secretos.
Cada uno de esos "Templos de la Ciencia" revela al ser humano el secreto que es relevante en la etapa del conocimiento en la que el ser humano se halla. La relatividad no fue comunicada a Ogodei Khan, ni la mecánica cuántica a Simón de Monfort, ni la evolución a Moisés. (Ni a los científicos o sabios de sus épocas.) Cada uno de esos múltiples "Templos de la Ciencia" tiene inexplicablemente el don de la oportunidad: el secreto que revela cada vez encaja siempre en la etapa en la que se encuentra el conocimiento del ser humano.
Otra forma de decir que tienen que existir varios "Templos de la Ciencia" estáticos e invariables, es decir que en realidad existe un único "Templo de la Ciencia" y que es variable. Es más económico para la teoría proponer que exista uno y no varios, y más aún si se le postula esencia sobrenatural. Ese "Templo de la Ciencia", único y variable, no coincide con el que proponen Chudnovsky, Tejada y Punset. Para estos tres caballeros, el "Templo de la Ciencia" es único, es invariable, no lo crea el hombre, y el hombre sólo lo explora y descubre. Vimos que, si tiene que existir "Templo de la Ciencia" preexistente que revele secretos a exploradores, no puede ser uno, porque ha sido capaz de revelar secretos inconsistentes entre sí, sino que tienen que ser varios, y hemos visto que proponer varios "Templos de la Ciencia" no es viable.
Si tiene que existir "Templo de la Ciencia" y ser único en vez de múltiple, éste no puede ser sino variable y dinámico. Es imposible que un "Templo de la Ciencia" sea lo que creen Chudnovsky, Tejada y Punset: un depósito sobrenatural y estático de conocimiento eterno.
Queda el misterio del don de la oportunidad: cómo es posible que el "Templo de la Ciencia" siempre revele al ser humano el secreto que es relevante en la etapa del conocimiento en la que el ser humano se halla. Este supuesto misterio se resuelve fácilmente: hay que formular que ese "Templo de la Ciencia" en realidad no es explorado y descubierto, sino creado por el hombre. En vez de afirmar que un "Templo de la Ciencia" revela siempre por casualidad el secreto que llena el hueco intelectual del momento, hay que reemplazar la "casualidad" de esa revelación por la necesidad, pero esta necesidad ya no es la necesidad de recibir la revelación de un secreto, que por casualidad siempre es el necesario en su momento, sino que es la necesidad de formular un conocimiento nuevo que sea coherente con las observaciones hechas por el hombre hasta ese momento, y coherente con el resto del conocimiento formulado por el científico que formula la explicación novedosa, un conocimiento de tipo humano, formulado por el hombre, transmitido de unos seres humanos a otros, y además acumulado a lo largo de los siglos. La casualidad queda reemplazada por la necesidad. La humanidad crea ardua y progresivamente el conocimiento, y en ocasiones alguna área del conocimiento se estanca en un punto muerto durante años, décadas, o siglos. El progreso no se debe a la casualidad de recibir, por voluntad de algo sobrenatural, el conocimiento justo en el momento preciso, sino a la creatividad del hombre. Kepler no describió las órbitas elípticas de los planetas, sino que estudió las órbitas de los planetas y propuso describirlas como elipses. Queda así eliminada la necesidad del concepto de "Templo de la Ciencia", ya sea único o múltiple (inviable como explicación), ya sea estático o dinámico (asimismo inviable como explicación). Queda eliminada también la necesidad de su esencia sobrenatural: lo que Chudnovsky, Tejada y Punset quieren explicar con su concepto de "Templo de la Ciencia" queda mejor explicado mediante la razón humana y sin apelar a entidades sobrenaturales. Por otro camino, llegamos también aquí a demoler la propia razón de ser del libro El Templo de la Ciencia: lo único inherentemente peculiar que tiene este libro es proponer entender la ciencia como un templo sobrenatural invariable que oficia de depósito de conocimiento preexistente (preexistente incluso a su formulación por el hombre) que revelea perezosamente secretos al hombre. Más allá de la metáfora del templo religioso y las demás metáforas asociadas a ésta, no hay nada verdaderamente nuevo en el libro El Templo de la Ciencia. Esa metáfora es un fracaso desde todo punto de vista, y su enunciación es superflua. Escribir un libro entero sobre esa metáfora es superfluo, y además toma más tiempo. Ese tiempo podría haber sido ahorrado, porque nunca ha existido razón de ser de la explicación de la ciencia como esa entidad sobrenatural que Chudnovsky, Tejada y Punset creen que es.
Por favor, que no resulte que Chudnovsky, Tejada y Punset son víctimas del mito del conocimiento definitivo. Contrariamente a lo que Chudnovsky, Tejada y Punset desearían poder creer, Kepler no describió las órbitas elípticas de los planetas, como si el conocimiento de que las órbitas de los planetas son elípticas fuera anterior a su formulación por el hombre, y que tuviera residencia eterna en un depósito sobrenatural de conocimiento invariable. El concepto de planeta, el concepto de órbita y el concepto de elipse sólo son relevantes en esta etapa en que se encuentra el conocimiento humano. El hombre no recibió estos conceptos de un depósito estático de conocimientos estáticos, sino que los formuló. El propio hombre hace cambiar ese conocimiento. Recientemente los astrónomos revisaron la definición de planeta. Plutón ya no es uno de ellos. ¿Cómo podría un "Templo de la Ciencia" que es único, rígido y eterno, revelarnos primero que Plutón es un planeta, y rectificarse después? ¿Cómo puede el "Templo de la Ciencia" de Chudnovsky, Tejada y Punset revelar al hombre secretos consecutivos que son ideas inconsistentes entre sí? Obsérvese que los conceptos de órbita y de elipse tales como los conocemos sirven al hombre en la medida en que no resulte necesario incluir más de tres dimensiones espaciales en los cálculos. Si esto llega a volverse necesario, el concepto de órbita y el de elipse se verán tan afectados que serán irreconocibles. El conocimiento de que "las órbitas de los planetas son elipses", que supuestamente fue revelado al hombre gracias a la voluntad del Todopoderoso del "Templo de la Ciencia", quedará obsoleto cuando haya que incluir por lo menos una dimensión espacial más en los cálculos. Si en ese momento el Todopoderoso del "Templo de la Ciencia" decide revelar al hombre un conocimiento preexistente pero inconsistente con las leyes de Kepler, y si ese templo sobrenatural es eterno e independiente de la existencia del hombre, entonces en realidad hay más de un templo de ésos, no uno solo. Además, cada uno de esos templos revelaría oportunísimamente siempre el secreto necesario en cada etapa. El don de la oportunidad no puede deberse siempre a la mera casualidad, es algo que ocurre siempre y no esporádicamente, por lo tanto, en vez de considerarlo casual y sobrenatural, hay que considerar que la formulación de conocimiento nuevo es obra del hombre. Me estoy repitiendo. Llegamos otra vez a concluir que el libro El Templo de la Ciencia no debería haber sido escrito. Quería señalar que no es admisible suponer gratuitamente que el hecho de que las órbitas planetarias sean elipses es una verdad inamovible o, dicho de otra manera, que es el conocimiento último, final y definitivo que el hombre habrá alcanzado jamás sobre el tema.
Sigue la cadena de metáforas religiosas. Creyendo que basta con explicar la primera de las metáforas religiosas con la que comparan a la ciencia, Chudnovsky, Tejada y Punset siguen introduciendo más y más metáforas religiosas, y parecen convencidos de que no hace falta justificarlas. Pág. 46, se refieren a la relatividad general como una "catedral": "Sin lugar a dudas, esta sala se merece el tratamiento de «catedral» dentro del Templo de la Ciencia". La metáfora no ayuda a entender la relatividad general. Fracaso de la labor de divulgador por parte de los autores. El lector agradece, sin embargo, que utilizaran comillas.
El fracaso del concepto de "Templo de la Ciencia" como entidad sobrenatural única e invariable queda evidenciado en las págs. 44-46. En opinión de Chudnovsky, Tejada y Punset, Newton y Einstein descubrieron sus respectivas salas del "Templo de la Ciencia". El "Templo de la Ciencia", que está más allá del Universo visible y explicable, no puede ser único si reveló al hombre una vez que el tiempo es absoluto, para revelar siglos más tarde que el tiempo es relativo. O el "Templo de la Ciencia" en tanto que entidad sobrenatural especular y explicativa evolucionó, o hay más de un "templo" invariable, en cuyo caso, otra vez, hay que resolver por qué siempre revela por casualidad el secreto que el ser humano es capaz de comprender y de utilizar en cada momento. Dicho de otra manera: dado que el conocimiento científico es obra del hombre y reside en el Universo físico, material y natural – el único Universo conocido – se desvanece toda necesidad tanto de "Templo de la Ciencia" en tanto que concepto, así como de El Templo de la Ciencia, el libro.
Pág. 46, ahora también la mecánica cuántica es una "catedral". Desearía recibir explicaciones que me ayuden a entender por qué creen Chudnovsky, Tejada y Punset que es eficaz como tarea de divulgación científica presentar la mecánica cuántica como ese tipo específico de edificio religioso.
Pág. 48, los científicos son llamados "clérigos". No me queda claro cómo el llamar a los científicos "clérigos" puede ayudar al lector no especializado a entender mejor la naturaleza de la ciencia. Constato también aquí un fracaso en la tarea de los divulgadores.
En la pág. 49, los científicos son llamados "ministros" y, además, obsérvese en qué contexto: "[...] el Templo de la Ciencia posee más ministros que cualquier otra religión". Chudnovsky, Tejada y Punset están declarando aquí que la ciencia es una religión.
Pág. 51:

¿Dónde reside realmente este misterioso e inmenso poder del lenguaje matemático? ¿Es ésta la lengua que Galileo atribuía al Todopoderoso? Si así fuera, significaría que los humanos estamos capacitados para solucionar todos los problemas a los que nos enfrentamos y, además, nos podríamos preguntar: ¿existe un lugar para el Todopoderoso en el Templo de la Ciencia? La verdad es que no conocemos la respuesta a estas cuestiones, pero todavía tenemos la oportunidad de seguir adelante con nuestro juego de preguntas y respuestas y abrirnos a nuevos escenarios en nuestro razonamiento.

Formulación circular. Paráfrasis evidenciando la circularidad: "si el lenguaje matemático fuera la lengua de Dios, significaría que los humanos nos podríamos preguntar: ¿existe un lugar para Dios en la ciencia?" Esto viene a querer decir que Dios existe si las matemáticas son Su lengua. Es una falacia demasiado fácil de detectar y de denunciar, pienso que no merece que se le dedique mucho más tiempo.
Un encadenamiento circular de ideas peor que el anterior, en la misma pág. 51: "Ahora sabemos también que los ordenadores pueden quedar infectados por virus informáticos, que imitan en todo los síntomas que los humanos sufrimos cuando somos infectados por la acción vírica". Una observación al pasar: los virus de ordenador, a pesar de lo que opinen Chudnovsky, Tejada y Punset, no "imitan en todo" a los virus humanos. Chudnovsky, Tejada y Punset, que hacen uso abundantísimo de comparaciones, metáforas, alegorías, símiles e imágenes de todo tipo a lo largo de su libro, no se han dado cuenta completamente de que los "virus" de ordenador son llamados así en un sentido figurado. Exagero al decir que no se han dado cuenta de que en sentido figurado se llama "virus" a los virus de ordenador. No puedo subestimar tanto a aquellos con los que polemizo. Es tan común entre los eruditos saber que se llama "virus" en sentido figurado a los virus de ordenador, que tengo que suponer que Chudnovsky, Tejada y Punset lo saben. Acepto de buen grado que ellos lo saben. Así pues, lo que queda por explicar no es por qué no lo saben (porque lo saben), sino por qué no dejaron claro este hecho a sus lectores en un libro de divulgación. Vuelvo a la formulación circular. En realidad, el ser humano no averiguó ("ahora sabemos") que los ordenadores pueden quedar infectados por virus, unos virus que por alguna casualidad son comparables ("imitan en todo") a los virus que atacan a los humanos. De hecho, el ser humano creó los virus de ordenador, como también creó los ordenadores, y también el ser humano les dio el nombre de virus. Por ello, lo que es una creación humana de cabo a rabo no puede ser descubierto por el hombre. No es una expresión precisa decir "ahora sabemos". Lo cierto es que el hombre siempre supo que los ordenadores pueden quedar infectados por virus. El hombre siempre lo supo, porque el hombre inventó los virus, inventó los ordenadores, e inventó la denominación de "virus" para los virus informáticos.
Este procedimiento es desleal para con el lector. Esta falta es tanto más grave cuanto que es perpetrada en un libro de divulgación científica. Lo que hicieron Chudnovsky, Tejada y Punset en ese pasaje fue reificar, o transformar en cosa, un nombre que el hombre escogió más o menos arbitrariamente. Así, el hombre decide nombrar algo de una manera y no de otra, y le está concediendo existencia. Es la patraña bíblica de Dios creando cosas mediante la palabra, sólo que ahora disfrazada de ciencia en este libro de divulgación científica de Chudnovsky, Tejada y Punset.
El pasaje era: "Ahora sabemos también que los ordenadores pueden quedar infectados por virus informáticos, que imitan en todo los síntomas que los humanos sufrimos cuando somos infectados por la acción vírica". Lo voy a reformular, de modo de evidenciar la circularidad. "Desde que existen los ordenadores, el hombre, que creó los ordenadores, siempre supo que los ordenadores pueden quedar infectados por inconvenientes informáticos, que también son creaciones del hombre, y que el hombre decidió llamar virus informáticos – comparando estos inconvenientes inventados por el hombre con los virus verdaderos de origen no humano que existían desde antes de que existieran estos inconvenientes informáticos creados por el hombre – que imitan en todo los síntomas que los humanos sufrimos cuando somos infectados por virus". Los virus informáticos no pueden imitar (ni imitar parcialmente, ni "imitar en todo") a los virus humanos, porque primero existieron como inconvenientes informáticos, y después recibieron del hombre el nombre de "virus", como pudieron haber recibido otro nombre. Chudnovsky, Tejada y Punset han colado en su libro de ciencia la milenaria triquiñuela de Jehová, que crea cosas mediante la palabra. Creo que queda a discreción de Templeton evaluar el mérito de este subterfugio.
Pág. 51, "Las lenguas «humanas» evolucionaron en paralelo con el cerebro humano [...]". No puedo entender esta afirmación. No me consta que las lenguas humanas hayan evolucionado, en el sentido de haber experimentado mejoras susceptibles de ser medidas. Seguiré meditando sobre ello, quizás tenga un significado que se me escapa ahora mismo. Lo dudo. Además, el cerebro humano es demasiado joven a escala geológica como para poder medir algún tipo de mejora ocurrida en él. El cerebro como tal sí que es muy antiguo a escala geológica y ha experimentado muchas mejoras, pero ese cerebro ha sido pre-humano y no-humano en la mayor parte de su evolución.
La pág. 51 debe de ser aquella en la que Chudnovsky, Tejada y Punset concentraron la carnada para seducir a Templeton. En esta página hacen alusión al diseño inteligente, una pseudo-teoría científica que en realidad es un sermón de enaltecimiento de lo sobrenatural: "¿Hay un plan preestablecido para todo este proceso que se avecina?" Al lector no especializado, este detalle se le puede escapar. Quizás no todos hayan oído hablar de la pseudo-teoría del diseño inteligente. Aquí se produce el abuso de autoridad por parte de Chudnovsky, Tejada y Punset. Ellos tres saben que están haciendo una alusión a la pseudo-teoría del diseño inteligente, pero saben también que es muy probable que no todos los lectores de su libro El Templo de la Ciencia hayan oído de esa pseudo-teoría. Están preparando el terreno en la capacidad de juzgar de sus lectores. Más tarde, cuando otro científico, o un religioso, les hable del diseño inteligente, estos lectores a los que me refiero concluirán que por casualidad la pseudo-teoría del diseño inteligente coincide con lo que habían leído en ese libro escrito por tres científicos (en realidad dos, Chudnovsky y Tejada, más un divulgador). "Vaya, pero si esto del diseño inteligente del que me habla este predicador coincide con el punto de vista de la ciencia, según leí en el libro de Chudnovsky, Tejada y Punset". Que a una coincidencia o convergencia, cualquiera que sea, se llegue por casualidad, siempre prestigia esa misma coincidencia. Hacer creer que en este caso se puede tratar de una coincidencia no buscada, sino casual, es mentirle al lector. Chudnovsky, Tejada y Punset sabían, al preguntarse si existe "un plan preestablecido", que estaban aludiendo al diseño inteligente. No habérselo dicho al lector es una falta grave.
Pág. 52: "La realidad es que el ala de las Matemáticas es de tal magnitud y complejidad que no existe ningún ser humano que la haya visitado en su totalidad". Hay que entender esta frase en el contexto del "templo". La ciencia es un templo religioso (o es como un templo religioso; esto no queda del todo claro), y las matemáticas son un ala de este templo. Quizás habría sido más claro decir que el ámbito de las matemáticas es de tal magnitud y complejidad, etc. En todo caso, afirmar que ninguna persona ha visitado en su totalidad el "ala" de las matemáticas implica que es verdad que se puede averiguar cuál es la dimensión máxima posible de las matemáticas, más allá de la cual no se pueda decir nada nuevo en el ámbito de las matemáticas. Chudnovsky, Tejada y Punset nos quieren decir que la dimensión real de la totalidad de las matemáticas es averiguable. Esto es por lo menos discutible, aunque yo me inclino a creer que no es posible averiguar cuál es la totalidad de ningún ámbito científico, incluyendo las matemáticas.
Pág. 57: "Retrocedamos tres mil años en el tiempo e imaginémonos cómo era el mundo entonces, cuando los humanos contaban con ojos, manos, orejas, nariz y lengua como únicos utensilios de observación, trabajo y comunicación". Esto es sencillamente mentira. No es cierto que hace tres mil años los humanos contaran con ojos, manos, orejas, nariz y lengua como únicos utensilios de observación, trabajo y comunicación. Hace aproximadamente tres mil años el rey Salomón construyó el famoso templo. Hace aproximadamente tres mil años los fenicios fundaron Cartago después de haber llegado en barco a Gibraltar. El barco fue inventado hace quizás cuatro mil años. La primera pirámide egipcia, una pirámide escalonada atribuida a Imhotep, fue construida hace cuatro mil setecientos años. Hace cuatro mil setecientos años, el ser humano pudo construir la pirámide de Imhotep, contando sólo con ojos, manos, orejas, nariz y lengua como únicos utensilios de observación, trabajo y comunicación: esto hay que entender si se decide creer a los autores de El Templo de la Ciencia. No quiero profundizar más en este error de Chudnovsky, Tejada y Punset. Sé que ellos entienden bien esta crítica específica que les hago, sé que la comparten, sé que se rectificarían públicamente si se les solicitara, y me basta con la vergüenza que están sintiendo al leerme.
En la pág. 69 se enumeran de manera aglomerada dos afirmaciones que son por lo menos polémicas, pero que Chudnovsky, Tejada y Punset presentan aquí como hechos indudables: el Big Bang, "la gran explosión que dio origen al universo", y los seis alunizajes que supuestamente tuvieron lugar durante la administración de Richard Nixon: "los humanos no han ido más allá de la Luna". Ninguno de estos dos hechos puede tratarse como indudable.
El Big Bang como origen del universo es una explicación sugerida a partir de la observación de que parte de la materia al alcance de nuestra vista y que se encuentra en el sector del Universo conocido por el hombre, está en expansión. Ahora bien, con cada telescopio nuevo, que es más potente que el mejor telescopio anterior, el Universo conocido por el hombre se amplía, por lo que, a menos que uno decida creer en el mito del conocimiento definitivo, no hay razones para pensar que alguna vez el hombre sabrá cuán grande es el Universo. La prudencia es buen aliado del científico, y los científicos más prudentes postulan que la gran explosión, con minúsculas, puede haber sido a lo sumo un fenómeno regional del Universo, un fenómeno que atañó sólo a nuestra parcela del Universo. Ya se sabe de materia que es más antigua que el "Big Bang", y que por lo tanto no pudo haber sido generada cuando "comenzó a existir todo el universo". Se da mucha publicidad a una noticia como que el Papa pide a los científicos que no estudien más allá del Big Bang, porque como obra de Dios no debe ser cuestionada, etc., etc., que a las noticias sobre la materia más antigua que el Big Bang, y esto se explica porque la idea de un "Big Bang" como origen de todo el Universo tiene que ser la teoría dominante y la más ampliamente aceptada entre los científicos. Yo no me atrevería a decir categóricamente que no ocurrió un "Big Bang" como origen de todo el Universo, pero sí afirmo categóricamente que la hipótesis de un "Big Bang" como origen de todo el Universo no es la única explicación posible al corrimiento hacia el rojo observado en nuestro sector del Universo. Pienso que Chudnovsky, Tejada y Punset debieron haber mencionado que el célebre "Big Bang" como origen de todo el Universo es apenas una explicación sugerida para el fenómeno de la expansión de nuestro sector del Universo.
El que Richard Nixon enviara naves tripuladas por astronautas a la Luna no es un hecho más seguro que el "Big Bang". Afirmar que se ha enviado seres humanos a la Luna y que han regresado de allí sanos y salvos, es una afirmación audaz y osada. No estoy diciendo que sea mentira: puede ser una afirmación audaz y osada, y aún así ser verdadera. Un ejemplo, imaginario en el detalle: el que un vikingo anterior al siglo XV afirme a sus compatriotas que ha estado en América (bajo el nombre que sea) y que ha regresado de allí, es una afirmación audaz y osada para sus contemporáneos, y lo es más allá de que sea verdadera. En efecto, para tomar por verdadera una afirmación osada y audaz, hace falta la necesidad de tomarla por verdadera, es decir: una prueba. El relato de ese vikingo no bastará, aún cuando no esté mintiendo. Si presenta el testimonio de marineros que lo acompañaron, eso no constituye prueba tampoco: cualquier confirmación de su relato audaz y osado tendrá que provenir de una tercera parte y ser imparcial. De otra manera, aún cuando ese vikingo esté diciendo la verdad, su proceder no será transparente.
El que un vikingo haya estado en América antes del siglo XV, y el que seres humanos hayan pisado la Luna durante la administración de Nixon, pueden ser tratados científicamente, como hechos históricos. Para determinar si un acontecimiento tuvo lugar, se presentan argumentos y pruebas. Es el trabajo rutinario y familiar de un historiador.
Ahora bien, sobre los alunizajes tripulados durante la administración de Nixon, se puede decir exactamente esto: si tuvieron lugar, la agencia de Nixon que organizó esos viajes, la Nasa, no fue transparente. Es como que ese vikingo de mi útil ejemplo anterior que realmente fue a América, regresara con las manos vacías para tratar de convencer a sus compatriotas: no trajo plantas, animales, personas, objetos: nada. Además, tampoco dejó huellas indudables de su presencia allí: o no se construyó una choza, o se la construyó y la derribó, pero lo cierto es que si envía a compatriotas suyos de nuevo allende el océano, éstos no encontrarán pruebas del relato de ese señor. Este caballero no es transparente. Si alguien más tiene que creer su relato, que el protagonista sabe que es verdadero, tiene que creerlo por fe.
No es diferente el relato de los alunizajes tripulados durante la administración de Nixon. No hay confirmación independiende de esos relatos: las afirmaciones de la Nasa al respecto no pueden ser prueba imparcial, porque la Nasa es parte interesada. No hay restos de actividad humana en la Luna que puedan ser interpretados únicamente como causados por la presencia de seres humanos allí: los restos de satélites o de aparatos que se puedan encontrar en la Luna no confirman la presencia de personas allí, porque también cabe la interpretación de que los hayan dejado ahí naves no tripuladas. Esto significa precisamente la falta de transparencia: una misma prueba que puede ser interpretada de maneras diferentes y hasta contrarias. Las rocas que la Nasa dice que los astronautas trajeron directamente de la Luna tampoco son prueba imparcial de los relatos de los agentes de Nixon. Otra vez, aunque el relato sea cierto, falta transparencia: esas mismas rocas lunares pueden ser rocas de las que han traído naves no tripuladas enviadas a la Luna.
Ahora bien, siempre que una tarea es emprendida con falta de transparencia, tanto da tratar su narración como verdadera o como falsa. Si no hay necesidad de creer un relato, porque por descuido el protagonista no dejó huellas indudables de su hazaña, o porque sencillamente la está inventando, sólo se puede aceptar por fe la verdad del relato. Y como la ciencia no procede por fe, el asunto de los alunizajes durante la administración de Nixon es, sencillamente, indecidible según el conocimiento científico y verificable que se dispone en la actualidad.
Obsérvese que, además, según la posibilidad de poder constituirse en causa de cualquier acontecimiento futuro, los seis alunizajes tripulados durante la administración de Nixon pueden tratarse como inexistentes. Desde el sexto alunizaje, y hasta hoy, no ha sucedido ningún acontecimiento que sea indudablemente consecuencia de esos alunizajes.
No estoy afirmando que esos alunizajes no tuvieron lugar. Afirmar eso me obligaría a mí a aportar pruebas. Es el que afirma algo el que tiene la responsabilidad del onus probandis. Pero sí estoy convencido de que, científicamente, todavía no se puede tratar como verdadero el relato de los alunizajes tripulados. Si tuvieron lugar, se hicieron con la misma falta total de transparencia que caracterizó a Richard Nixon en casi todo aquello en lo que se implicó.
Nótese también que, mientras más audaz y osada sea la afirmación, más pruebas estará obligado a proveer el autor del relato. Si el vikingo de mi ejemplo anterior hubiera dicho que estuvo en Francia, y no en América, a cualquiera le sería fácil creer en su relato, y no es razonable que, a menos que tenga en realidad otro interés, le pida pruebas de su relato. Si ese vikingo dice que estuvo en América, vaya, la prueba que está obligado a traer, si desea que le crean, será enorme. Si fue y regresó seis veces, la prueba tendrá que ser seis veces mayor.
Chudnovsky, Tejada y Punset dan por hecho que el ser humano estuvo en la Luna, lo cual es por lo menos una afirmación prematura por parte de un científico, cuando no una afirmación sencillamente impermisible. En la pág. 69 los autores de El Templo de la Ciencia aglomeran dos afirmaciones muy polémicas, la del "Big Bang" como principio del Universo, y la de los alunizajes durante la presidencia de Nixon. Es su intento de legitimar la verdad de esas dos narraciones, uniendo a ellas su prestigio como científicos o como divulgadores.
Pág. 71, "[...] muy recientemente los exploradores de la catedral cosmológica han comenzado a especular con la existencia de una «energía oscura»". Sin embargo, si los científicos son exploradores, como afirman Chudnovsky, Tejada y Punset, cabe preguntarse si su capacidad de especular no es incongruente con su capacidad de descubrir. Chudnovsky, Tejada y Punset traicionan sus propias afirmaciones al decir que los científicos tienen la capacidad de especular. Los amonesto, además, por referirse a la ciencia cosmológica como "catedral" cosmológica.
Pág. 73, Dios entra en escena otra vez, el "Todopoderoso del Templo".
Pág. 80:

Los que hoy en día se oponen frontalmente a la idea de la evolución arguyen que se trata de una teoría y no de hechos. Sin embargo, la realidad es que la evolución es un hecho indiscutible aunque todavía nos falte la teoría general que la explique. Con la idea del Big Bang y la evolución del universo ocurre lo contrario, pues es una simple teoría y no un hecho probado de forma categórica, aunque hay que reconocer que existen resultados extraídos de observaciones experimentales que indican su validez. Volviendo a la evolución biológica, se puede decir que tras años de exploraciones se ha acumulado tan gran número de datos y evidencias, que en el interior del Templo de la Ciencia ya no hay quien dude de que la vida se originó a partir de estructuras muy primitivas y de que cada especie tiene su ancestro.

Aquí hay un tratamiento diferente del Big Bang. El que en las págs. 69 y 80 se trate de manera diferente el Big Bang es consecuencia de la falta de coordinación de los tres autores del libro. Este pasaje en particular lo redactó Eugene Chudnovksy, el único de los tres autores acerca del que puedo suponer que se expresa en inglés. "Argüir" es una palabra relativamente poco frecuente entre los autores de lengua castellana, y aparece casí exclusivamente en traducciones de textos escritos originalmente en inglés para traducir el término "to argue". En general, se suele preferir "sostener" a "argüir" para traducir "to argue". "Evidencias" es el cognado de la palabra inglesa "evidence", la palabra que se utiliza para traducir la palabra castellana "prueba". Eugene Chudnovksy es muy probablemente el autor de este fragmento. Es concebible que su comprensión lectora del castellano sea deficiente, y que no fue capaz de percibir que en la pág. 69 el tratamiento que se da al Big Bang es inconsistente con su punto de vista propio, el de la pág. 80, y que por ello aprobara el manuscrito en la forma en que fue impreso. O quizás la persona que le tradujo al ruso, al ucraniano o al inglés el manuscrito que firmaron finalmente los tres (Chudnovsky, Tejada y Punset) no supo presentarle correctamente el punto de vista acerca del Big Bang expresado en lo que sería la pág. 69 de la versión que salió de la imprenta. Sugiero que los tres autores de El Templo de la Ciencia diriman entre ellos este asunto.
Dicen los firmantes del libro El Templo de la Ciencia: "Los que hoy en día se oponen frontalmente a la idea de la evolución arguyen que se trata de una teoría y no de hechos". Se refieren a los creacionistas. Deberían haber dejado claro que se referían a los creacionistas. Puedo entender, sin embargo, que en un libro concebido como señuelo para seducir a Templeton, los señores Chudnovsky, Tejada y Punset hayan preferido no atacar al creacionismo por su nombre, así como tampoco han nombrado al diseño inteligente, a pesar de haberse referido claramente a él. Me da la sensación de que Chudnovsky, Tejada y Punset no entienden exactamente qué es una teoría y qué es un hecho. Voy a reformular este pasaje: "Los creacionistas, que se oponen frontalmente a la idea de la evolución, sostiene que se trata de una teoría y no de hechos". Ésta no es la mejor manera de exponer las diferencias entre creacionistas y evolucionistas. De hecho, creacionismo y evolución son sencillamente dos teorías, o dos maneras de explicar lo que se da por sentado que son los mismos hechos, y estos hechos, aceptados por creacionistas y por evolucionistas, son: todas las formas de vida animal, vegetal, etc., que existen actualmente, más los restos fósiles de formas vivas pasadas. A pesar de lo que quieran creer Chudnovsky, Tejada y Punset, las diferencias entre creacionistas y evolucionistas no se reduce a una polémica entre los que "proponen hechos" y los que "proponen teorías".
La verdadera diferencia entre creacionistas y evolucionistas es que estos últimos dan una mejor explicación, o teoría, a los mismos hechos. Las explicaciones de los creacionistas son una teoría mal construida, son una mala manera de explicar los mismos hechos. Debe entenderse que existieron razones para no dudar de la creación, y que por ello haya sido, a su manera, una verdadera teoría científica que satisfacía las necesidades explicativas de su época. La teoría de la creación fue tan necesaria como fue en su momento creer que no existían planetas (hasta que no se los diferenció de las estrellas), o como fue en su momento sostener que el Sol no era una estrella (sencillamente porque a nadie se le habría ocurrido identificar al Sol con las estrellas), o como fue en su momento considerar a Plutón un planeta, o como fue en época de Newton considerar que el tiempo es absoluto. Etcétera. La diferencia entre creación y evolución no es la diferencia entre los que sostienen hechos y los que sostienen teorías. Las dos son teorías – sólo que la teoría de la evolución es más consistente.
Continúan Chudnovsky, Tejada y Punset: "la realidad es que la evolución es un hecho indiscutible". En defensa de la evolución, debo decir que la evolución no es un "hecho". Por lo tanto, no tiene cómo ser un "hecho indiscutible". La evolución es una teoría, es decir, una manera de explicar, es decir, una manera de coordinar conceptos de manera coherente de manera que se puedan calcular enunciados verificables. La evolución no es tampoco una "teoría indiscutible". Por favor, que no se me diga que Chudnovsky, Tejada y Punset son víctimas otra vez del mito del conocimiento definitivo. La teoría de la evolución no es una "teoría indiscutible". Es, sencillamente, la mejor manera que tiene el ser humano actual para explicar la variedad de la vida presente y la variedad del registro fósil. No quisiera que se me dijera que si Chudnovsky, Tejada y Punset hubieran sido contemporáneos de Newton, hubieran tratado los Principia como "teoría indiscutible" (o, peor, como "hecho indiscutible").
A este panorama ya complejo hay que añadir que no existe una teoría de la evolución, sino varias teorías que explican de manera diferente la variedad de la vida presente y la variedad del registro fósil, aunque asumiendo todas que las formas vivas se transforman de unas en otras. La teoría de Stephen Jay Gould (a quien, como se recordará, Eduard Punset supo sacar de sus casillas con su inoportuna visita) y de Niles Eldredge, concebida como una teoría de la evolución, neodarwinista, y conocida como la teoría del equilibrio interrumpido ("punctuated equilibrium"), es de las más satisfactorias teorías evolucionistas que existen en la actualidad. Aún así, es una entre varias y, hay que decirlo con justeza, no es universalmente aceptada.
Continúan Chudnovsky, Tejada y Punset: "Con la idea del Big Bang y la evolución del universo ocurre lo contrario, pues es una simple teoría y no un hecho probado de forma categórica". La oposición entre "simples teorías" y "hechos probados de forma categórica" es, sencillamente, falsa. El origen del Universo en un "Big Bang" y la transformación de unas formas vivas en otras son ambos teorías (ninguna de las dos es una "simple teoría", sin embargo). El origen del Universo en un "Big Bang" es una manera de explicar el corrimiento al rojo de los cuerpos celestes. El origen del Universo en un "Big Bang" es una teoría, aunque quizás no la más satisfactoria de las que existen actualmente, y el corrimiento al rojo es un hecho. La variedad de la flora y la fauna actuales, más la variedad del registro fósil, son hechos y la evolución es una teoría (debería hablarse de teorías de la evolución).
Para probar algo de forma categórica hace falta una teoría que oficie de marco en el cual probar tal cosa. Las teorías, como tales, nunca pueden ser "probadas" o "demostradas". Se puede demostrar, por ejemplo, que las aves descienden de los reptiles, y esta demostración sólo es posible en el contexto de alguna teoría de la evolución. La teoría de la evolución oficia de marco explicativo dentro del cual demostrar que las aves descienden de los reptiles. Se puede demostrar que la Luna gira alrededor de la Tierra, pero sólo en el marco de la teoría newtoniana. Se puede, también, demostrar que la Luna está cayendo permanentemente hacia la Tierra, pero sólo en el marco de la teoría einsteiniana. Las teorías, como tales, no son susceptibles de ser demostradas, mucho menos de ser demostradas categóricamente.
Saliéndome del tema, quisiera señalar que he oído a otro erudito evolucionista, el profesor Richard Dawkins, decir que la evolución es un hecho. Opino que esta manera de plantear las cosas no favorece ni a la evolución ni a la ciencia.
Continúan Chudnovsky, Tejada y Punset: "en el interior del Templo de la Ciencia ya no hay quien dude de que la vida se originó a partir de estructuras muy primitivas". El problema de este tipo de redacción es que se constituye en una apología del totalitarismo del conocimiento, o en enaltecimiento de la verdad por decreto. En efecto, también los creacionistas sostienen que son los únicos científicos o, en términos de Chudnovsky, Tejada y Punset, los únicos "sacerdotes" del "Templo de la Ciencia". El criterio que Chudnovsky, Tejada y Punset emplean para decidir quién está el interior del "Templo de la Ciencia" es sencillamente la opinión suya propia, la opinión de Chudnovsky, Tejada y Punset. Cada científico, cada pensador, cada persona que simplemente emita una idea, podrá también, imitando a Chudnovsky, Tejada y Punset, declararse en el interior del "Templo de la Ciencia". Es más, podrá hacerlo y declarar excluidos del "Templo de la Ciencia" a Chudnovsky, Tejada y Punset. Éste es el procedimiento que legitiman los autores de El Templo de la Ciencia. Yo opino que a un científico no puede impedírsele dudar de nada, inclusive de que la vida se originó a partir de estructuras muy primitivas. La comunidad científica acepta actualmente que la vida se originó a partir de estructuras muy primitivas, pero como ese conocimiento deberá ser superado en algún momento, el próximo gran reoorganizador de los conceptos de la biología habrá puesto en duda muchos de los conceptos actuales, y quizás también éste. No se le debe prohibir dudar ni siquiera de que la vida se originó a partir de estructuras muy primitivas. A lo mejor esa idea, sin llegar a ser rebatida, puede llegar a ser obsoleta en algún sentido que permita a la biología en su conjunto formularse en términos más económicos según el criterio de Occam; sencillamente, no lo sabemos. Lo que es cierto es que la ciencia, contrariamente a lo que escriben Chudnovsky, Tejada y Punset, no procede mitificando el conocimiento actual, tratándolo como si fuera definitivo.
Si dudas de aquello, estarás fuera de la ciencia (fuera del "Templo de la Ciencia"), y ello ¿por qué? Exclusivamente porque así opinan Chudnovsky, Tejada y Punset. No creo que al gran público, al lector no especializado, al ciudadano que no tiene el tiempo o la vocación necesaria para dedicarse demasiado a la ciencia, le resulte mejor entender la ciencia si el divulgador, que asumió voluntariamente la misión de simplificar la exposición de la ciencia a los ciudadanos no especializados, evita a propósito decirle que la duda es uno de los principios esenciales de la ciencia. ¿Cuál es el reverso de esta medalla? Huir del elogio de la duda es enaltecimiento de la fe. La falta es aún más grave teniendo en cuenta que esta idea está siendo diseminada al gran público que depende de los divulgadores para informarse someramente acerca de lo que es la ciencia. Los divulgadores, aquí, no sólo no están cumpliendo su misión, sino que al parecer desarrollan actividades impropias del divulgador y dejan como resultado más oscuridad que aclaraciones en el público lector no especializado. Si el divulgador, que tiene que interpretar y explicar la ciencia al lector no especializado, tiene que ser interpretado y explicado a su vez, está demostrando que su actividad era innecesaria y, peor aún, dañina y costosa, porque al decidir intervenir está causando que un tercero intervenga para limpiar su estropicio, cuando en realidad ellos no deberían haber intervenido desde un primer momento.
Obsérvese el estropicio en este pasaje de la pág. 80: "La célula es imprescindible para inaugurar los procesos de la réplica y multiplicación de las especies, que están en la trastienda de la competición y la selección natural de éstas". Que empiece la limpieza. El concepto de "especie" es una manera de agrupar individuos según un criterio diseñado por la inteligencia del ser humano, que sólo permite clasificar individuos que se reproducen mediante sexo, que sólo permite agrupar individuos contemporáneos entre sí, y es siempre una caracterización que se aplica a grupos de individuos exclusivamente después de un proceso ya sea de observación, ya sea experimentación. Dicho de otra manera: o bien se observa un grupo de individuos en la naturaleza (observación), o bien se los obliga a convivir en cautiverio y se les induce al coito (experimento), y sólo después de comprobar que los apareamentos son fructíferos y que nacen crías viables se puede caracterizar a los individuos como pertenecientes a la misma especie. Haber averiguado que los individuos forman parte de la misma especie es una conclusión que se aplica solamente a los individuos originales. La propia definición impide extrapolar la conclusión a la descendencia: en efecto, jamás podrá saberse a ciencia cierta, y sin observar o experimentar, si se está en el umbral más allá del cual la descendencia ya no es fértil respecto al grupo inicial de individuos, es decir, jamás se podrá saber a priori si la descendencia, incluso la descendencia inmediata (los hijos), de dos individuos que son de la misma especie forma parte de la misma especie a la que pertenecieron sus padres en relación con otros individuos contemporáneos suyos. Para saber a qué especie pertenecen los individuos de esta nueva generación que acaba de nacer, hay que repetir la observación o el experimento, cuando alcancen la madurez necesaria para procrear, y esa observación o experimento sólo se podrá llevar a cabo con otros individuos contemporáneos a ellos.
Esto, concretamente, significa "especie". No es un término intercambiable con el de "clase", "tipo" o "categoría" de seres vivos. El concepto de "especie" se aplica solamente a seres vivos que se reproducen mediante sexo. Los divulgadores Chudnovsky, Tejada y Punset escribieron: "La célula es imprescindible para inaugurar los procesos de la réplica y multiplicación de las especies" etc. Falso. Las especies no se multiplican, sino los individuos. Las especies suben y bajan de número, cierto, y no tengo ni idea de qué patrones siguen esas variaciones de número, pero se sabe que no suben ni bajan necesariamente en múltiplos. Tampoco se replican las especies, sino, otra vez, los individuos. La reproducción mediante sexo fue una conquista de la vida sobre la Tierra, no fue inherente a ella desde sus orígenes. Antes, todos los organismos se reproducían haciendo copias, idénticas o casi idénticas, de sí mismos. Cierto, no se conoce el procedimiento exacto mediante el que se formó la primera célula, pero lo que sí se puede afirmar más que razonablemente, según lo que la ciencia ha averiguado hasta el momento presente, es que esa célula no se reproducía por sexo. Es decir, las especies no se originaron en ese momento. La célula no inauguró los procesos de réplica y multiplicación de las especies.
De la frase: "La célula es imprescindible para inaugurar los procesos de la réplica y multiplicación de las especies" se puede eliminar ya mismo "multiplicación de las especies". Éste es un error que Chudnovsky, Tejada y Punset no podrán evitar reconocer de buen grado. Así pues, lo poco que queda de la frase, con algo de sentido, es: "La célula es imprescindible para inaugurar los procesos de la réplica". Sin embargo, esta frase tampoco tiene mucho sentido. La definición de célula incluye la capacidad de replicarse, y el concepto de réplica, en el contexto acerca del cual escriben Chudnovsky, Tejada y Punset (la formación de la primera célula), sólo se puede aplicar a la célula. Formulando la frase otra vez, para dejar en evidencia la explicación circular, queda: "La célula, es decir, un cuerpo físico capaz de replicarse, es imprescindible para inaugurar los procesos de la réplica de las células". Lo característico de la célula es que fue el primer cuerpo discreto de materia con la capacidad de replicarse. Cuerpos discretos contemporáneos a la primera célula los había por millares: moléculas de algún tipo, incluyendo las orgánicas, rocas de muchas clases, etc. La célula fue el primero de esos cuerpos discretos que pudo replicarse (por lo menos hasta donde el conocimiento humano alcanza; por lo menos en la Tierra). Por lo tanto, para evitar la circularidad de decir que la célula, en tanto cuerpo que se replica, inauguró la replicación celular, simplemente habría bastado decir que la célula fue el primer cuerpo discreto de materia capaz de hacer una copia de sí mismo. Y, permítaseme volver sobre la otra idea: que el lector de El Templo de la Ciencia repruebe vehementemente que los autores del libro hayan incluido el concepto de especie en ese contexto.
Decían Chudnovsky, Tejada y Punset: "de la competición y la selección natural de éstas", es decir, de las especies. No son las especies las que compiten entre sí ni las que se seleccionan naturalmente, sino los individuos. Después de que los individuos – de diferentes categorías, tipos, orígenes y especies – compiten entre sí y se seleccionan, es decir, después de haberse matado entre sí en cierto número, y después de haber dejado algo de descendencia, sólo entonces el ser humano podrá aplicar el criterio que concibió con su inteligencia para clasificar a los individuos resultantes o supervivientes en diferentes especies. Los individuos de una misma especie no son obligatoriamente solidarios (esto es lo importante: no son obligatoriamente solidarios, aunque puedan serlo) con el total de la especie. Los individuos de una misma especie no se organizan en "ejércitos naturales" para combatir contra otras especies, también organizadas solidaria y monolíticamente. Los individuos de una misma especie también se matan entre sí, de hecho esto no es una sorpresa para un biólogo, aunque lo sea para Chudnovsky, Tejada y Punset y, lamentablemente, para sus lectores. Individuos de una misma especie matándose entre sí pueden estar en el origen de dos nuevas especies: un grupo ganador se queda en el hábitat originario, y un grupo vencido emigra – dejando atrás individuos muertos de ambos bandos. Que pasen los milenios necesarios, y los descendientes del primer grupo probablemente ya no podrán reproducirse si se aparean con los descendientes del segundo grupo, contemporáneos suyos. Lo importante aquí es observar que no son las especies las que compiten entre sí, sino los individuos.
Pág. 90: "[...] la Física nos dice que todo está formado por un cierto número de átomos". Esto es falso en dos sentidos. En uno de esos dos sentidos, esa afirmación es falsa porque las propias partículas subatómicas no están formadas por átomos. Esas partículas sólo son "subatómicas" si existe algo que pueda ser definido e identificado como átomo, pero en la medida en que esas partículas existan independientemente del átomo, es decir, en la medida en que existan libremente en la naturaleza, no podrán ser "subatómicas" en ningún sentido. Decir que un electrón o un protón son partículas "subatómicas" siempre y en cualesquiera circunstancias equivale a atribuirles a electrones y protones el plan y la misión de constituir átomos.
En un segundo sentido, es falso que la física nos diga que todo está formado por un cierto número de átomos, sencillamente porque eso puede ser casi cierto (es cierto que la mayor parte de la materia conocida está acualmente organizada en átomos, aunque no toda ella) solamente en nuestra propia época, que es una pequeña fracción de un largo desarrollo cosmológico – que se mide en millones y billones de años, y que no tiene un comienzo conocido (o por lo menos no todos los científicos aceptan que el Universo haya tenido un "principio") – pero es discutible que esto haya sido cierto siempre. Así, la organización de la materia en átomos fue, a su manera, una "conquista" del desarrollo cosmológico. (Evito muy a propósito decir "evolución cosmológica" para evitar que se la asocie gratuitamente con la evolución darwinista; pero tampoco quiero sugerir que la evolución cosmológica y la evolución biológica no tengan absolutamente ninguna conexión, sólo quiero decir que cualquier conexión entre estas dos ideas no puede ser gratuita.)
Muy probablemente, hace dos billones de años (2.000.000.000.000), la materia estaba organizada en electrones y protones que fluían libremente, separados los unos de los otros. El átomo simple, con un electrón y sólo un protón en el núcleo, habrá surgido hace un billón de años, y los átomos más complejos, con más de un protón en el núcleo, podrían haber surgido hace unos veinte mil millones de años. Para tener un punto de referencia conocido, incluso célebre, para situar estas enormes cifras en un pasado tan lejano, téngase en cuenta que el "Big Bang", muy probablemente un fenómeno regional en nuestro sector del Universo, ocurrió hará unos dieciocho mil millones de años.
Pág. 92:

[...] existe una información previa que reside en el ADN de la molécula seminal. Se cree que esta información se ha creado en el proceso de la evolución biológica. Pero, ¿por qué no pensar que esta información existía previamente y que su existencia se nos reveló tras producirse el proceso de evolución? Si así fuera, deberíamos preguntarnos dónde estaba contenida la información.

Información que existía previamente, y cuya existencia nos es revelada. Los autores de El Templo de la Ciencia recurren al concepto religioso de revelación. Esa información existía previamente, aunque no sabemos dónde. Es fácil suponer que tenía residencia sobrenatural, como el propio "Templo de la Ciencia". Una vez más, Chudnovsky, Tejada y Punset nos cuelan propaganda religiosa, para enaltecer la esencia sobrenatural que ellos atribuyen a la ciencia, a la que ellos llaman – sin una razón visiblemente satisfactoria – "Templo de la Ciencia".
Pág. 103: "El Templo de la Ciencia se vio muy beneficiado por este desarrollo, ya que se aseguró [...] la acumulación de capital". Aquí Chudnovsky, Tejada y Punset dejan evidenciado su sello ideológico. El enaltecimiento de la acumulación de capital es necesario en el contexto de reducir el papel del hombre en la labor científica. En efecto, el ser humano recibe el conocimiento científico por revelación de Dios, ya que el papel del hombre es explorar y descubrir la ciencia, no crearla. Por lo tanto, no tiene sentido proponerse siquiera cambiar el estado en el que se hallan las cosas: en efecto, el hombre es impotente ante el conocimiento, que es eterno y reside en un ámbito divino, y que Dios nos comunica perezosamente – tal como nos quieren hacer creer Chudnovsky, Tejada y Punset. El "Templo de la Ciencia" se ve beneficiado con la acumulación de capital, y a nadie en su sano juicio se le ocurriría oponerse a ningún proceso que sea beneficioso a la ciencia, por lo tanto – esperan Chudnovsky, Tejada y Punset que su lector concluya automáticamente – la acumulación de capital es deseable, y el hombre no se debe oponer a ella. El enaltecimiento de lo sobrenatural no puede marchar separado de la legitimación de las diferencias y las injusticias en el ámbito humano. Lo cierto es que el capital, así como el dinero, son invenciones humanas, además son invenciones humanas recientes, no han servido al hombre más que en una minúscula fracción de su existencia, y no han servido jamás a ningún otro segmento de la realidad, sencillamente porque es irrelevante (el capital y el dinero son irrelevantes para otros animales, para la vida, para el Universo) donde no haya seres humanos. El capital está sobre el final de su ciclo histórico, tiene un final visible, y su acumulación entorpece el desarrollo de la ciencia. La ciencia no se ve beneficiada por la acumulación de capital. Si la ciencia puede proveer alguna manera de obtener beneficios económicos (no "plusvalía", lo que aquí no tiene ningún sentido), el capital abusará de la ciencia. Pero el capital es absolutamente indiferente a la ciencia por la ciencia. Ni siquiera las limosnas (aunque fueran millonarias, seguirían siendo limosnas) de algún mecenas generoso sirven para sostener que el capital favorece a la ciencia: en efecto, los mecenas han donado y donan dinero, pero jamás capital, a alguna actividad científica. Es su manera extravagante de "quemar" dinero, equivalente a derrochar en un casino, o comprarse un tigre siberiano como mascota. Es dinero que no entra en ningún ciclo reproductivo, por lo tanto no es capital.
Pág. 105: "Las aplicaciones tecnológicas derivadas del átomo [...]". Debieron haber dicho: "derivadas del conocimiento del átomo", o mejor: "derivadas de la postulación de la moderna teoría del átomo".
Pág. 126: "[...] el ADN es el actor principal en el proceso de réplica de seres vivos idénticos o casi similares en presencia de mutaciones". Quisieron decir "idénticos o casi idénticos", o bien "idénticos o similares".
Pág. 130:

Nadie, excepto el Todopoderoso del Templo de la Ciencia, vio cómo se comenzó a desarrollar la vida y, por lo que parece, todavía no ha llegado el momento en que desvele este supersecreto a algún Gran Maestro.

Si esto está dicho en sentido figurado, las metáforas son reprobables. Si está dicho en sentido literal, Chudnovsky, Tejada y Punset están demostrando que están abusando de su autoridad como científicos y divulgadores para hacer proselitismo religioso y enaltecimiento de lo sobrenatural. En cualquiera de los dos casos, Chudnovsky, Tejada y Punset han hecho aquí algo que no deberían haber hecho.
Si se trata de metáforas, son oscuras. Puedo entender que por "Templo de la Ciencia", Chudnovsky, Tejada y Punset quieran decir simplemente ciencia. Pero no me doy cuenta de cuál es el referente de la metáfora "Todopoderoso". Ello me lleva a verme inclinado a creer que no es una metáfora, sino que "Todopoderoso" tiene que ser interpretada en su sentido literal, es decir, en el sentido de Todopoderoso, es decir, en el sentido de Dios, el Dios común y corriente de los cristianos o el del Antiguo Testamento, el mismo al que le rezan las masas analfabetas y casi analfabetas de tantas partes del mundo.
Este pasaje tiene por lo menos la virtud de confirmar que Chudnovsky, Tejada y Punset sí entienden esas revelaciones como siempre oportunas. Confirman mi interpretación de que siempre por casualidad Dios revela sus verdades al científico adecuado de la época adecuada.
Pág. 139: "[...] los virus que la mente humana puede crear". Cf. antes, donde se trataba a los virus informáticos como entidades no creadas por el ser humano. Prefiero la formulación de la pág. 139. Esto denota que no ha habido coordinación eficaz en el trabajo de los tres autores del libro. Es razonable que cada uno de ellos haya escrito una parte del libro. Aún así, el manuscrito de cada uno de los otros dos tiene que haber pasado por el filtro del entendimiento del tercero. Alguien no revisó la versión del texto que contribuyeron los otros dos autores.
Pág. 140: "Para que un día podamos desvelar todos los secretos que el Todopoderoso distribuyó en las diferentes alas del Templo [...]". ¿"Todopoderoso"? Otra vez. ¿Es una metáfora, o Chudnovsky, Tejada y Punset desean que sus lectores entiendan, simplemente, Dios por "Todopoderoso"?
Pág. 145:

Pensemos en el Templo de la Ciencia como si fuera un cerebro gigante en el que los pequeños cerebros de los individuos que trabajan en él se asemejan a las células de un organismo vivo que sigue su propia evolución.

 Éstas son metáforas supuestamente explicativas, pero que terminan complicándolo todo. Unas páginas antes, Porta erraba espectacularmente porque quería explicar el magnetismo mediante el sentimiento del amor. El sentimiento del amor, lo acepto fácilmente, es algo de gran complejidad. Es razonable suponer que ese sentimiento reside en el cerebro humano y, además, reside en uno por vez. (Es decir, si B y C aman a la misma persona, digamos A, ello no unifica de ninguna manera a B y C, ni a sus cerebros, donde residen sus sentimientos.) Ahora bien, el cerebro humano es el segmento de materia discreta de mayor complejidad en todo el Universo conocido. Porta erraba, según Chudnovsky, Tejada y Punset, por haber intentado explicar algo simple, el magnetismo, comparándolo con algo mucho más complejo, un sentimiento humano. Ahora ellos se sirven de una colección de ejemplares del segmento de materia discreta de mayor complejidad en todo el Universo conocido como comparación con la que explicar algo. (Además, algo sobrenatural, como lo es su "Templo de la Ciencia".) Reflexione usted un instante sobre esto, juzgue, saque sus conclusiones y pida explicaciones.
Págs. 146-147:

Los auténticos creyentes y exploradores del Templo de la Ciencia piensan que su cerebro es un dispositivo diseñado para descubrir la verdad, esa que tiene suma validez y traspasa el tiempo. También piensan que cualquier verdad que todavía no ha sido descubierta permanecerá oculta en el Templo hasta ser encontrada por un Gran Maestro, lo que, en algunos casos, puede significar permanecer "escondida" para siempre.

Desandemos el trecho creado por Chudnovsky, Tejada y Punset, porque se puede volver un obstáculo. Interpretemos a los divulgadores, para reescribir sus propias ideas en un lenguaje más sencillo y accesible. Por "Templo de la Ciencia" quieren decir, en realidad, simplemente ciencia. Por "creyentes" y "exploradores" quieren decir, sencillamente, científicos. Chudnovsky, Tejada y Punset quieren decir, así pues, que los auténticos científicos piensan que su cerebro es un dispositivo diseñado para descubrir la verdad. Ello implica: hay otro tipo de científicos, pero en realidad no son auténticos científicos. Los auténticos científicos sostienen que el cerebro ha sido diseñado. Los auténticos científicos sostienen que el cerebro tiene una finalidad. Los auténticos científicos sostienen que la finalidad del cerebro en tanto que segmento discreto de materia diseñado es descubrir la verdad. Mis simpatías van, y no me ha costado mucho meditar y tomar partido, hacia aquellos que Chudnovsky, Tejada y Punset consideran científicos no auténticos. Nótese, además, que estos tres caballeros no han descrito al lector la manera de llegar a la propia definición de científico auténtico y de científico no auténtico. Chudnovsky, Tejada y Punset simplemente declaran quién es auténtico y quién no.
Otra vez Chudnovsky, Tejada y Punset abusan de su autoridad de sabios. Los impresionantes currículos de estos señores, celosamente estampados en la solapa del libro, intimidan al público lector no especializado, de modo que les cuesta opinar de manera diferente a Chudnovsky, Tejada y Punset. A un público intimidado, Chudnovsky, Tejada y Punset le decretan sin dar explicaciones quién es el científico auténtico y quién no. Aliento al lector a no dejarse intimidar y a pedir explicaciones a los autores de ese libro acerca de cómo se llega a determinar si los científicos que creen que el cerebro ha sido diseñado y que tiene finalidad son en realidad los científicos auténticos, o si son por el contrario científicos no auténticos.
Mediante el abuso y la intimidación, Chudnovsky, Tejada y Punset aquí están colando, otra vez, la pseudo-teoría del diseño inteligente, y la están legitimando con sus currículos, su trayectoria y su prestigio. Ya llegará un predicador, o un pseudo-científico, a hacerle llegar la buena nueva del diseño inteligente, ante lo que el lector que ahora se deja intimidar por el prestigio de Chudnovsky, Tejada y Punset, dirá: "vaya, pero si esto coincide con la opinión de los auténticos científicos, como leí en El Templo de la Ciencia". Es decir, tres autores, dos de los cuales son científicos profesionales, asumen el papel de divulgadores, es decir, de eruditos que simplifican al gran público asuntos que de otra manera le resultarían inalcanzables o casi inalcanzables, pero en vez de hacer eso en realidad complican tanto las cosas que en realidad ellos mismos necesitan ser interpretados y explicados a su vez, y al llevar a cabo esa labor oscurecedora (aunque disfrazada de clarificadora, es decir, de divulgación) preparan el terreno en la mente de sus lectores para que ellos acepten más fácilmente la pseudo-teoría del diseño inteligente. Este proceder no tiene valor para la comunidad científica, ni para los científicos aficionados, ni para los ciudadanos interesados en la ciencia pero que no tienen el tiempo o la vocación necesaria para dedicarse profesionalmente a ella. Este proceder sólo beneficia a las Iglesias y a Templeton.
Nótese que ese pasaje de las págs. 146-147 vuelve a dar validez al mito del conocimiento final y definitivo. La verdad existe, es única, y sólo es descubierta, no formulada, por el hombre. Es difícil imaginar cómo sería posible que el conocimiento científico fuera único, monolítico, fijo, incambiable, además de eterno, teniendo en cuenta que la historia de la ciencia es conocida y que lo que unos científicos consideran en su época como verdad, queda obsoleto unos años o unas generaciones después. El cerebro humano recibe por revelación (sí: por revelación; así hay que describir lo que nos quieren decir Chudnovsky, Tejada y Punset) la verdad, y sin embargo si pasa un poco más de tiempo, el cerebro de otro humano recibe por revelación otra verdad que es inconsistente con la anterior. Que pasen varios siglos, y el conocimiento que nuestros ancestros tuvieron por verdadero ya nos parecen explicaciones infantiles, o sencillas patrañas, o simplemente nos dan gracia. Dicho sea con el respeto debido, algunas explicaciones que dieron algunos griegos de la Antigüedad nos causan risa hoy. No tenemos cómo saber si dentro de dos mil quinientos años la mecánica cuántica o la evolución no resultarán al hombre de entonces patrañas o chistes. Cuesta entender cómo Chudnovsky, Tejada y Punset sostienen que el cerebro humano descubre la verdad, cuando cada verdad que descubre es inconsistente con la verdad anterior, o incluso la contradice, o es inconsistente o contradictoria respecto a todas las verdades anteriores. Dicho de otra manera, ¿cómo pueden estos tres caballeros llegar a saber que el conocimiento científico actual es, por fin, la verdad definitiva?
En la pág. 163 se menciona una vez más el Big Bang, en el sentido de "origen de todo el Universo". Esta vez no se indica que el "Big Bang" como "origen de todo el Universo" es sólo una interpretación, entre varias posibles, del corrimiento hacia el rojo de los cuerpos celestes en nuestra región del Universo.
Pág. 166: "Nuestro cerebro ha dejado de evolucionar en el sentido biológico del término". Hace falta un contexto en el que situar la información relevante que se intenta transmitir con esta manera de expresarse. ¿Quieren decir Chudnovsky, Tejada y Punset que el cerebro humano ha dejado de evolucionar en el sentido biológico del término, pero el cerebro de otros animales sigue evolucionando? ¿Quieren decir que los otros órganos humanos siguen evolucionando, a diferencia del cerebro, que ya no evoluciona? Pero la pregunta más interesante es: ¿cómo llegan Chudnovsky, Tejada y Punset a tener una capacidad de predicción tan precisa del futuro lejano, un futuro concerniente, además, al segmento de materia discreta más complejo conocido en todo el Universo?
En el citado anterior, el mito del conocimiento definitivo queda "legitimado" mediante el mito de la "realidad definitiva". El Universo en la actualidad alcanzó su mejor punto, a partir de ahora no hay cambio, todo es definitivo en la etapa en la que nos encontramos. Es coherente con el pensamiento de Chudnovsky, Tejada y Punset, porque, estrictamente hablando, sólo puede haber conocimiento último y definitivo si la realidad es también última y definitiva. El Universo como realidad definitiva para siempre de ahora en adelante – perpetuando para siempre el estado en el que se halla ahora – es el tipo de Universo que quienes hacen enaltecimiento de la acumulación del capital desearían que tuviera el lector no científico.
Pág. 170: "El Templo de la Ciencia se ha convertido [durante los últimos lustros] en un lugar de encuentro de millones de personas que veneran a un mismo Todopoderoso [...]". ¿Chudnovsky, Tejada y Punset utilizan aquí "Todopoderoso" en sentido figurado o literal? En cualquiera de los dos casos es impropio decir que los científicos veneran a un mismo Dios, y tanto más impropio si son divulgadores científicos quienes lo dicen. Es sencillamente impermisible que personas que están ejerciendo el papel de divulgadores científicos profieran tal cosa sin dar muy buenas explicaciones. Chudnovsky, Tejada y Punset no las dan.
Pág. 171: "Otro problema [...] es la necesidad de establecer prioridades a la hora de repartir el dinero entre los diferentes exploradores y sacerdotes [...]". ¿Qué aporta aquí la comparación con el sacerdote? ¿Qué impidió a Chudnovsky, Tejada y Punset escribir en ese pasaje, simplemente, "científicos"? ¿Cómo ayuda en la tarea de hacer la ciencia más comprensible al lector no iniciado el haber escrito aquí "sacerdotes" en vez de "científicos"? En un contexto adecuado, puedo llegar a entender la metáfora de escribir "sacerdote" por "científico", aunque sea una metáfora forzada. Pero en ausencia de un contexto adecuado, escribir "sacerdote" por "científico" no tiende a simplificar las cosas, sino a complicarlas. De hecho, en un pasaje como éste de la pág. 171, el lector tiene que realizar un esfuerzo de interpretación en el escrito del divulgador, y darse cuenta de que en realidad aquí "sacerdote" significa "científico". Habría sido más claro haber escrito "científico" desde un principio, pero Chudnovsky, Tejada y Punset decidieron intervenir, supuestamente como divulgadores, y crean tanta oscuridad que hace falta que ellos mismos sean interpretados, simplificados y desvelados a su vez. Lo que mejor describe esto es: fracaso en la misión de divulgar.
Pág. 172: "En sus orígenes [la Tierra] estaba muy caliente a consecuencia de las enormes fuerzas de gravedad". ¿Enormes en comparación con qué? ¿Era la gravedad por entonces más fuerte en algún sentido que en la actualidad? Y si sí, ¿cómo han podido Chudnovsky, Tejada y Punset llegar a averiguarlo? Además, ¿tiene algún sentido hablar de fuerzas de gravedad, en plural? Yo personalmente no he podido darme cuenta de si lo tiene o no.
Pág. 189: "[...] el Todopoderoso que habita el Templo de la Ciencia sigue manteniendo su diseño a buen recaudo [...]". Casi todo el lenguaje religioso que emplean Chudnovsky, Tejada y Punset puede ser asimilado, a través de sus metáforas, a referentes reales relevantes en el ámbito de la ciencia. Se entiende que los "sacerdotes" sean los "científicos"; es posible entender esto, aunque la metáfora no es la más adecuada, especialmente si la formulan divulgadores. Pero a lo largo de todo el libro hay una entidad sobrenatural acerca de la cual no siempre es posible decidir si los autores la mencionan en algún sentido figurado, o en su sentido literal, y ésta es el "Todopoderoso". No se puede incluir a Dios en la exposición de la ciencia a la ciudadanía no iniciada en ciencia, sin explicar satisfactoriamente el motivo de esa inclusión. Chudnovsky, Tejada y Punset no explican la inclusión de Dios, es decir, las repetidas menciones del "Todopoderoso", en su libro de divulgación científica.
Pág. 189:

Una vez finalizada la visita, nos preguntamos: ¿algún lector pensará todavía que esa gran estructura sólo está en nuestras mentes y que no existiría si no hubiera humanos? El conocimiento de la historia de todas las exploraciones realizadas y el hecho de que muchos de sus sacerdotes piensen que son más sus partes desconocidas que las que hemos visitado hasta ahora nos inducen a pensar que el Templo de la Ciencia existe independientemente de que los humanos decidan. Así pues, la gran pregunta es: ¿dónde se encuentra el Templo de la Ciencia?

Yo, como lector de El Templo de la Ciencia, pienso que no es evidente que la ciencia ("esa gran estructura") esté en otro sitio que en las mentes de los humanos. Pensaba eso antes de leer El Templo de la Ciencia, y haber leído ese libro no cambia mi opinión un ápice. Chudnovsky, Tejada y Punset esperaban que el lector de El Templo de la Ciencia estuviera de acuerdo con ellos en que la ciencia es sobrenatural. Espero que pocos lectores hayan caído en esta trampa de Chudnovsky, Tejada y Punset. Creo que la mejor prueba de que la ciencia es una empresa de la mente humana es el hecho de que los grandes científicos que proponen una solución nueva, una teoría nueva, una manera nueva de explicar alguna cosa, o hacen un gran descubrimiento intelectual, siempre hagan esa innovación o descubrimiento con relevancia sólo para el conocimiento humano tal como el hombre había podido buenamente postularlo hasta el propio momento de esa innovación o descubrimiento. Sostener que la ciencia es una entidad sobrenatural, comandada por Dios, que como comandante nos desvela los secretos de la ciencia siempre y "por casualidad" en el momento más oportuno es una explicación fracasada como explicación. Una explicación que depende de una casual sucesión de casualidades es un fracaso rotundo como "explicación".
Pág. 191:

Los autores de este libro no podemos dejar de pensar que la información de que ahora disponemos sobre el "increíble" orden material fruto de la evolución y sobre la belleza del orden matemático de los objetos descubiertos en el Templo de la Ciencia ha existido siempre. Por ello, nos preguntamos: ¿en qué mente existe toda esa información? Nosotros desconocemos la respuesta a esta pregunta, pero sí sabemos que en el interior del Templo existe una regla fundamental que permite hacernos cualquier pregunta. En definitiva y sin rodeos, si Dios creó el Universo, ¿quién creó a Dios?
Existe un posible escenario que nos podría salvar de caer en la cadena de preguntas que acompaña a este tipo de reflexiones. Es decir, queremos salir de ese círculo vicioso que nos obliga a preguntarnos el porqué a cada nuevo paso. En este hipotético escenario, Dios y la Materia estarían entrelazados entre sí desde el origen de los tiempos.

Chudnovsky, Tejada y Punset están transfiriendo al conocimiento científico los atributos de la propia naturaleza. La naturaleza es maravillosa, es increíble, es misteriosa, pero el místico no puede quedarse con ello, incluso con lo misterioso y desconocido, sino que tiene que postular que todo es conocido y coherente pero, claro, no en la propia naturaleza. Así surge una duplicación de la teoría, o "teoría", que es una carga pesada, además de innecesaria. El Universo es maravilloso, increíble y misterioso, y al mismo tiempo que éste existe, en opinión de Chudnovsky, Tejada y Punset, una entidad sobrenatural eterna, que es la ciencia (o "Templo de la Ciencia"), que tiene todos los atributos del Universo conocido y visible, más uno. La ciencia, la entidad sobrenatural de Chudnovsky, Tejada y Punset, tiene desde siempre la explicación para todo lo que aconteció y acontecerá en el Universo material en el que habita el hombre. La ciencia es un duplicado sobrenatural eterno de nuestro Universo material, con la única diferencia de que contiene desde siempre las respuestas a lo que sucede en el Universo material. La única "razón" para postular ese lugar sobrenatural es que el ser humano descubre, y no crea, el conocimiento científico. La diferencia esencial entre los que, como Chudnovsky, Tejada y Punset, profesan el enaltecimiento de lo sobrenatural, y quienes no postulan la existencia de lugares o seres sobrenaturales, es precisamente ésa: sostener que el hombre descubre, que es lo que opinan Chudnovsky, Tejada y Punset, o sostener que el hombre formula, o postula o crea conocimiento. Pero como vimos que la idea de que el hombre "descubre" el conocimiento científico descansa en una inexplicable sucesión casual de revelaciones casuales, la diferencia entre sostener que el hombre "descubre" y sostener que el hombre crea conocimiento queda dirimida, y muy fácilmente, con el test de Occam. Es terriblemente costoso en términos explicativos sostener que el ser humano "descubre" el conocimiento. Queda así eliminada la razón de postular ese invisible universo-explicación, duplicado de nuestro Universo pero que además contiene las respuestas a todas las preguntas, es decir, queda eliminada la razón de postular cualquier "Templo de la Ciencia".
Tienen razón Chudnovsky, Tejada y Punset al decir que empieza una cascada, infinita por definición, de preguntas sobre el porqué. Nuestro Universo material y visible fue creado por Dios – dicen algunos. ¿Quién creó a Dios? Cualquiera que sea la respuesta, se podrá formular la pregunta ¿quién creó al que creó a Dios? Y así sucesiva e infinitamente.
Algunos postulan la existencia de Dios para explicar lo misterioso o lo fascinante de nuestro Universo. Sin embargo, es muy costoso postular dioses para explicar los fenómenos de nuestro Universo, incluso los fenómenos que son misteriosos en la actualidad. Estamos ante el clásico Dios ejerciendo el oficio de tapaagujeros. Es decir, pegarle una patada en el trasero a Dios cada vez que se explica algo hasta ahora desconocido, para empujarlo hacia el siguiente agujero disponible, es decir, hacia el siguiente fenómeno inexplicado por la ciencia del momento. Ya no hay dioses de la lluvia o del viento, pero los hubo. (En realidad, la verdad sea dicha, es probable que siga habiendo personas en alguna parte que crea en ese tipo de dioses.) Los místicos más racionales hoy en día no abrazan ninguna religión organizada, pero otorgan existencia sobrenatural a las explicaciones de lo más misterioso de nuestros días, como pueden ser los principios generales de las fuerzas físicas, la respuesta a por qué las cosas son como son y no de otra manera o – en el caso de los que creen que el Big Bang creó todo el Universo – poner a Dios atrás del Big Bang.
Allí donde hay algo que todavía no está explicado, los científicos más débiles ceden ante la propaganda religiosa, e insertan a Dios en la explicación. El hecho de que los dioses han ido desapareciendo progresivamente a medida que el hombre explicaba cada vez más y más cosas no los amedrenta. Están convencidos de que su Dios no será otro tapaagujeros, sino el Dios definitivo, el que nunca será eliminado como explicación de esa parcela de Universo que explica. Al mito de la realidad definitiva, y al mito del conocimiento definitivo, esta gente añade el mito del Dios definitivo.
Claro que hay muchas cosas por explicar en el Universo visible y material. El problema de poner un dios atrás de un misterio es que multiplica infinitas veces el misterio inicial. Infinitas veces, sí, porque cuando el misterio de este Universo "queda explicado" por Dios, se inicia automáticamente la cadena de preguntas que piden explicación, y esa cadena no puede ser sino infinita. Hay que asumir honestamente que no se sabe. Hay cosas de nuestro Universo (material, único) que no tienen explicación. Se seguirá investigando. Hay que tener paciencia. Precisamente paciencia es lo que no han tenido Chudnovsky, Tejada y Punset, porque ante los misterios de este Universo visible y material (y soy el primero en admitir que hay misterios) se han dado prisa y lo han explicado todo, aunque lo han hecho mediante la magia. No hay misterios en el Universo, todo está explicado, incluso lo inexplicable, pero está explicado en otro universo, uno mágico y sobrenatural. Esto y no otra cosa quieren decir Chudnovsky, Tejada y Punset al decir que el ser humano "descubre", y no crea. Han tenido prisa por explicarlo todo. Para explicarlo todo han recurrido a la magia. Al parecer, no han tenido el valor necesario para admitir "no sé", o "no se sabe", o "no se sabe todavía".
No escapan Chudnovsky, Tejada y Punset de la regresión infinita de preguntas. Es legítimo preguntarles: ¿quién creo ese universo-explicación sobrenatual (el "Templo de la Ciencia")? Su "Templo de la Ciencia" es, entonces, más pesado en términos explicativos que los propios misterios que intenta explicar.
Decir que "Dios y la Materia estarían entrelazados entre sí desde el origen de los tiempos", no les libra de la cadena infinita de preguntas. Ese dios entrelazado con la materia también necesitaría una explicación. Y lo que sea que haya creado a ese dios entrelazado con la materia necesitará explicación a su vez. Y así sucesiva e interminablemente. Cada mención de Dios, del Todopoderoso y del "Templo de la Ciencia" ha sido innecesaria en el libro de Chudnovsky, Tejada y Punset, porque siempre han contribuido a complicar más las cosas y dejarlas menos simples de lo que eran antes.
Hay otros dos aspectos generales del libro que quisiera comentar. Primero haré unas correcciones de gramática, y después mencionaré unos misteriosos errores de traducción.
Gramática. Pág. 65: "Tal es así" en vez de "tan es así". Pág. 79: "Darwin fue indudablemente un gran e intrépido explorador [...]" y pág. 80: "[...] se ha acumulado tan gran número de datos [...]". La palabra "grande" no se apocopa ni en listas de adjetivos unidos por la conjunción "y" (o su equivalente "e" de este caso), ni cuando va precedida por un adverbio ("tan" en este caso). Pág. 170: "[...] algunas personas opinan que se deberían frenar, sino eliminar totalmente [...]". Debieron decir: "si no". "Sino" es una conjunción adversativa excluyente.
Sólo hipótesis malvadas de una mente retorcida pueden explicar que haya errores de traducción del inglés al castellano en un libro escrito en castellano por un autor ruso y dos autores de lengua castellana. Digamos que se explica porque el autor ruso vive en Nueva York, donde se habla inglés, que fue éste el que redactó los pasajes que fueron claramente escritos en inglés, unos pasajes que los dos autores españoles no han podido traducir, o hacer traducir, mejor. Cualquier otra hipótesis, por razonable que sea, atentaría contra la integridad de estos tres prestigiosos autores, y sería, indudablemente, infundada.
Pág. 80: "hay científicos que claman", en vez de "afirman". Pág. 175, "clamar" por "afirmar", otra vez. Es la típica mala traducción de "to claim" del inglés al castellano.
Págs. 82 y 131: "traza" para querer decir "huella". Sólo porque "trace" (que en inglés quiere decir "huella") se parece a la palabra castellana "traza", los más perezosos de los traductores del inglés al castellano traducen así esa palabra. Pero "traza" no significa "huella".
Pág. 90: "[...] un reloj que nunca da dos veces el mismo tiempo", en vez de "la misma hora". En el texto original en inglés decía "the same time". "Time" se puede traducir ya sea por "tiempo", ya sea por "hora", en función de su contexto y uso. Aquí el traductor no ha escogido bien la traducción de "time".
Pág. 96: "[...] aquellos sacerdotes de otros templos que claman que la «vida» no tiene acomodo en ninguna sala del Templo de la Ciencia". Sobre "clamar" ya me he explayado. "Acomodo" es una mala traducción de "accomodation", que se suele traducir como "alojamiento". Quizás Chudnovsky, Tejada y Punset quisieron decir: "aquellos sacerdotes de otros templos que afirman que la «vida» no tiene acogida en ninguna sala del Templo de la Ciencia" o, mejor: "aquellos sacerdotes de los templos religiosos que afirman que la «vida» no tiene acogida en ningún ámbito de la ciencia" o mejor aún: "aquellos religiosos que afirman que la «vida» no tiene cabida en ningún ámbito de la ciencia".
Pág. 154, "lenguaje" en el sentido de "lengua". Típica mala traducción de "language". En inglés, "language" se refiere al lenguaje como facultad humana, pero también a "lengua", en el sentido de lenguas particulares, en el sentido de idioma.
"Como un todo", a lo largo de todo el libro, probablemente para traducir "as a whole". Usan "evidencia" a menudo en vez de "prueba".
A continuación voy a citar y comentar el texto de la contratapa del libro, que posiblemente sea obra de Ediciones Destino S. A.

A partir de una sencilla metáfora espacial y arquitectónica (la ciencia como un templo, con sus distintos niveles, alas, puertas, pasillos y moradores), los autores explican en qué consiste el conocimiento científico. Matemáticas, química, física, biología, partículas elementales, cosmología, complejidad, la energía, el cerebro humano, la consciencia y la creatividad, la evolución humana: todos los grandes aspectos de la ciencia, todas las secciones y los corredores del Templo que conocemos a día de hoy, se muestran con gran claridad a los no iniciados.
El talento combinado de dos científicos de talla mundial y la preciosa aportación del mayor divulgador de la ciencia en nuestro país [España] convergen en un libro de agradable e instructiva lectura, repleto de fotografías y de ilustraciones originales, que sacia la curiosidad sobre las preguntas que nos formulamos y señala cuáles son las cuestiones que todavía están pendientes de respuesta. Dos mil quinientos años de saber científico, incluidos los descubrimientos más recientes, puestos al alcance de todos los lectores.
Toda la ciencia a nuestra disposición. Una estimulante propuesta intelectual en un libro que no sabe de edades.

 Hay un problema al afirmar: "A partir de una sencilla metáfora espacial y arquitectónica (la ciencia como un templo, con sus distintos niveles, alas, puertas, pasillos y moradores)" y es que lo que más sirve a Chudnovsky, Tejada y Punset de las características del templo para ser usado como metáfora de la ciencia no son los rasgos espaciales y arquitectónicos del templo. En efecto, si así fuera, podrían haber escogido casi cualquier otro tipo de edificio construido por el hombre. Lo que llevó a Chudnovsky, Tejada y Punset a emplear la metáfora del templo es su uso como lugar de culto religioso, es decir, como lugar de enaltecimiento coordinado de lo sobrenatural. La metáfora espacial y arquitectónica es aquí lo de menos. Chudnovsky, Tejada y Punset han creído que por empezar su libro con esta metáfora tendrían las manos libres para introducir metáforas de tipo religioso a troche y moche sin explicar ni una sola de ellas. A veces las metáforas, aunque desagradables, son transparentes: es posible llegar a entender que por "sacerdote" quieran decir "científico". Otras veces, la metáfora religiosa es menos clara, como en el profuso uso del término "Todopoderoso", acerca del cual hay que decir que no siempre está claro que sea una metáfora, y si lo es, no está claro cuál es el referente no metafórico del término. Autores de un libro de divulgación científica debieron haber tenido cuidado de que algo así no sucediera. Dejar eso a propósito sin explicar es muy reprobable.
 Lo que quisiera que quedara bien claro es que lo espacial y lo arquitectónico es contingente en la elección de Chudnovsky, Tejada y Punset de la metáfora del templo. Lo que más les sirvió es el uso sobrenatural del templo. Por lo tanto, considero que el texto de la contratapa lleva al engaño, y puede ser considerado fraude. Aliento a los compradores de El Templo de la Ciencia a reclamar ante quien les vendió el libro.
 Continúa la contratapa: "todos los grandes aspectos de la ciencia, todas las secciones y los corredores del Templo que conocemos a día de hoy, se muestran con gran claridad a los no iniciados". Sencillamente falso. Mentira. Eso es mentira. No hay tema que hayan tocado Chudnovsky, Tejada y Punset en este libro sin haber hecho un estropicio descomunal. El no iniciado termina de leer El Templo de la Ciencia con una confusión mayor que la que tenía antes de leer el libro. Las cosas no se exponen con claridad, sino que la exposición que hacen Chudnovsky, Tejada y Punset tiene que ser explicada a su vez, todo el tiempo. A veces hasta tiene que ser enmendada y pacientemente corregida. Lo penoso es que quisieron constituirse en simplificadores (divulgadores), pero su intervención hace necesaria la intervencion de alguien que los simplifique a ellos. Decir que Chudnovsky, Tejada y Punset muestran la ciencia con "gran claridad" en este libro también es falso, y también podría caracterizarse como fraude.
Continuaba la contratapa: "El talento combinado de dos científicos de talla mundial" (Chudnovsky y Tejada) "y la preciosa aportación del mayor divulgador de la ciencia en nuestro país" (Punset) "convergen en un libro de agradable e instructiva lectura". El libro no es de lectura agradable. No hay página a la que no se le pueda hacer una seria objeción, y no desde las posiciones de un erudito, sino sólo desde las de un simple lector un poco vigilante, como yo. La lectura es torpe, no es agradable. Y no es instructiva, porque en realidad el libro aporta poco. Lo único intrínsecamente propio que tiene El Templo de la Ciencia es la fracasada metáfora del templo para explicar la ciencia, y el enaltecimiento de lo sobrenatural, aparejado a esa metáfora, que salpica el libro de un extremo al otro. Y Punset es "el mayor divulgador de la ciencia en nuestro país" sencillamente por defecto, por falta de oponente, por falta de rival, porque no tiene competencia. Es muy probable que si apareciera un segundo gran divulgador de la ciencia en el país de Punset, él quedaría rápidamente en segundo lugar en ese país.
El libro "sacia la curiosidad sobre las preguntas que nos formulamos" sólo si por saciar se entiende aceptar de buen grado explicaciones sobrenaturales. El lector que no acepta explicaciones mágicas no ve saciada su curiosidad sobre pregunta alguna.
"Dos mil quinientos años de saber científico, incluidos los descubrimientos más recientes, puestos al alcance de todos los lectores". Falso. El libro El Templo de la Ciencia no pone nada de eso al alcance de los lectores, porque como libro de divulgación necesita a su vez ser explicado detalladamente. Lo lamento por Ediciones Destino S. A., pero pobre del lector que considera que El Templo de la Ciencia puso algo del conocimiento científico a su alcance. Si existe tal lector, tiene que ser de un intelecto especialmente pobre. Una mente que pueda quedar satisfecha en algo por El Templo de la Ciencia es una mente que se encuentra más a gusto en una Iglesia que entre científicos.
"Toda la ciencia a nuestra disposición". Afirmación demasiado pretenciosa. Exagerada. Eso es mentira. Eso es fraude.
"Una estimulante propuesta intelectual". Lo único a lo que me estimula El Templo de la Ciencia es a salir en defensa del lector no iniciado en ciencia para limpiar el estropicio de Chudnovsky, Tejada y Punset. Además, como "propuesta intelectual" el libro mismo casi no tiene pretensiones. Su mensaje es: "lector, no dudes tanto: acepta", es decir, enaltecimiento de la fe.
No creo estar demasiado equivocado si digo que este mal libro es consecuencia directa de la fundación Templeton y su premio concebido para prostituir científicos. Es de esperar que los científicos que declaren abiertamente que quieren ganar el premio Templeton serán los menos probables candidatos a ganarlo. La intención de ganar el millonario premio Templeton no se puede declarar. En cambio, los científicos hacen méritos discretamente. El premio Templeton está destinado especialmente a científicos de primer nivel, de conocida trayectoria, de indiscutible prestigio, que tengan alguna concesión que hacer a las religiones y a lo sobrenatural. Pero por uno que lo gana, hay decenas o cientos que lo intentan. Allí es donde se produce el daño: en la competición que genera entre los científicos por ganar ese premio millonario. Mientras desarrollan su competición por seducir a Templeton, los científicos legitiman ante su público (tanto erudito como no iniciado) lo sobrenatural en la ciencia. Parte de la competición entre los científicos por prostituirse para ganar el premio Templeton es el libro El Templo de la Ciencia. Quizás la metáfora del templo haya sido escogida por Chudnovsky, Tejada y Punset para poder hacer un juego de palabras en el discurso de recepción del premio, probablemente algo así como que Templeton es el verdadero "Templo de la Ciencia", o alguna sandez por el estilo.